TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO
(Malaquías
1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)
Este
evangelio tiene algunas frases que nos sorprenden. ¿Es cierto que Jesús no quiere que llamar a
nadie “padre”, ni nuestro progenitor?
¿Puede ser que tengamos que inventar otros títulos para nuestros
maestros? Porque son mandatos del Señor,
debemos investigarlos en serio.
Sabemos que
en otros contextos Jesús habla con lenguaje exagerado. No quiere engañarnos sino enfatizar la
importancia de nuestra atención al asunto a mano. En el Evangelio de San Lucas Jesús dice a sus
discípulos que tienen que odiar a su padre, madre, hijos, etcétera. Los
expertos nos aseguran que no tenía ninguna intención que odiáramos a nuestros
seres queridos, sino que siempre lo pusiéramos a él en primer lugar. En este Evangelio de San Mateo Jesús manda,
“’Sí, pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de
ti’”. Seguramente no quería que
lastimáramos a nosotros mismos. Solo
deseaba que no pecáramos. Como tan
efectivo predicador que era, Jesús usó lenguaje que pica.
Sin
embargo, los reformadores protestantes evidentemente pensaban de otro
modo. Martín Lutero consideraba a llamar
bien a un hombre “padre” con tal que no interfiera con la gloria de Dios. Por la práctica de llamar a sus ministros
“reverendos” o “pastores”, se puede asumir que no vio con ojos buenos llamar a
sacerdotes “padres”. Hay algunos
protestantes y a veces católicos también que todavía rehúsan llamar a
sacerdotes católicos “padres”. No están siendo
necesariamente irrespetuosos. A lo mejor
aman al Señor tanto que tomen cada una de sus palabras literalmente. Sin embargo, un entendimiento literal no es
siempre la mejor interpretación de la Escritura posible.
Porque la
práctica va en contra del mandato evangélico, los teólogos católicos han
reflexionado profundamente en la cuestión.
Notan como Pablo en una de sus cartas llama a sí mismo como “padre” (I
Cor 4,14-15) de la comunidad que convirtió.
Además, Pablo a través sus cartas refiere a sus hijos espirituales. La Iglesia antigua se acostumbró a llamar a
los obispos “padre”. San Benito designó
el título no solo a líderes de sus comunidades (abad es una forma de padre)
sino también a los confesores. La razón que
dio era que son guardianes de almas. Por
la misma razón los frailes dominicos y franciscanos fueron nombrados “padres” y
luego todos sacerdotes.
En el
evangelio Jesús echa una crítica fuerte contra los fariseos y escribas que
engrandecen su propia importancia en los ojos del pueblo. Según Jesús ellos
llevan ropa pretenciosa, ocupan los puestos prominentes en público, y muestran
satisfacción cuando otros los saluden como “maestros”. El propósito de Jesús es más que denunciar al
liderazgo judío. Sobre todo, quiere
advertir sus discípulos que no se actúen así en la Iglesia que está
fundando.
El papa
Francisco con el sínodo sobre sinodalidad puso el cimiento para que la Iglesia
se conforme más con este propósito de Jesús.
Sentó a los laicos con los jerarcas en mesas redondas para enfatizar la
necesidad de escuchar seriamente ambos los motivos y las perspectivas de uno y
otro. Permitió que todos votaran para
revelar el verdadero pensamiento del grupo en las cuestiones. No va a quitar de los obispos la gobernación
de la Iglesia. Pero va a facilitar una
gobernación mejor informada.
Es evidente
que la tendencia para dominar a los demás se arriaza en el hondo del corazón
humano. Jesús vino para extirparla. Necesitamos su gracias para amar a uno a otro
como hermanos y hermanas. Esta gracia
está funcionando cuando nosotros, tanto los pastores como los laicos, entablar
conversaciones con honestad y respeto.
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