El VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)
Casi
siempre se relacionan la primera lectura y el evangelio en la misa
dominical. Hoy se ve la relación con
gran facilidad. El profeta Isaías
describe el pueblo Israel como una viña que pese a grandes esfuerzos de Dios
rinde fruta amarga. En la parábola
evangélica Jesús habla de la viña como el Reino de Dios y sus trabajadores como
los líderes judíos. Muestra cómo los
líderes fallan dar a Dios su debido y eventualmente matará a Jesús por denunciar
su infidelidad. Como resultado, en los
dos casos Dios castiga a los malvados severamente.
Quiero
sugerir otro modo para interpretar las lecturas. En lugar de pensar en la viña como la nación
de Israel o el Reino de Dios, que pensemos en ella como nuestras vidas. Dios nos ha dado a cada uno la vida para
hacer lo mejor que se pueda con ella. Desgraciadamente a veces fallamos a
producir mucho que es bueno.
Quizás algunos
de nosotros tengan problema pensar en sus vidas como perteneciendo a Dios. Piensan que su vida es la única cosa que
tienen por seguro. Pero es Dios que nos
presta nuestra vida y nos la quita según su voluntad. Somos dependientes en Dios por nuestra vida y
también responsables a él por lo que hacemos con ella. Por esta razón en ambas lecturas la gente han
de producir para el dueño de la viña uvas buenas.
Porque Dios
nos presta la vida, deberíamos cuidarla bien.
Tenemos que atender las necesidades del alma y cuerpo. Sabemos las necesidades del cuerpo, aunque no
siempre las cumplamos. Comer y beber
prudentemente, hacer ejercicio regularmente y descansar más o menos siete horas
diariamente no son secretos entre las elites sino conocimiento general.
Asimismo,
el alma necesita alimentación nutritiva.
Deberíamos asociarnos con personas que se esfuercen quedarse cerca al
Señor y buscar el consejo de aquellos que son verdaderamente sabios. De igual importancia es que no ingiramos nada
tóxico al alma como películas eróticas e ideologías que enfatizan nuestros derechos
y olvidan nuestras responsabilidades hacia los demás.
El fruto de
nuestros esfuerzos de cuidar el alma y cuerpo se encuentra en buenas
obras. Cuidamos a nuestras familias y
cultivamos amistades buenas. Practicamos
la ciudadanía no solo por adherir a la ley sino también por cooperar en los
proyectos comunitarios. No importa que
nos cueste, hacemos hechos de caridad.
Recientemente
se ha beatificado una familia polaca que hizo una obra grandísima de
caridad. La familia de nueve, los padres
y siete hijos, fue martirizada durante la Segunda Guerra Mundial por dar amparo
a ocho judíos en su casa. Eran
agricultores comprometidos a amar a Dios y al prójimo. Cuando fueron reportados a las autoridades
nazis, vinieron los oficiales alemanes a su granja. Dispararon primero a los judíos, entonces a
los padres de la familia, Josef y Wiktoria Ulma, y finalmente a los seis hijos
más grandes. En su martirio Wictoria
Ulma dio a luz su séptimo hijo. El
Vaticano proclamó a este bebé mártir también.
Razonó que el bebé recibió un bautismo de sangre por haber dado testimonio
a Dios con su vida.
Es difícil
pensar en nosotros como mártires.
Gracias a Dios no es probable que vengan verdugos para quitar nuestras
vidas. Sin embargo, podemos preguntar si
hubiera un crimen hacer buenas obras en nuestra sociedad, ¿existiría bastante
evidencia para condenarnos? Si no
podemos contestar “sí”, nuestra viña no está rindiendo uvas buenas.
PARA LA
REFLEXIÓN: ¿Qué son los beneficios de que Dios es el dueño de nuestras vidas?
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