El domingo, 29 de octubre de 2023

TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

El evangelio hoy trata del amor.  Todos saben del amor, pero no todos están de acuerdo de lo que sea el amor.  Una vez un hombre desamparado recibía el almuerzo de una voluntaria trabajando en un comedor de caridad.  Dijo el desamparado a la voluntaria: “Señorita Bea, te amo”.  Respondió ella: “Te amo a ti también, Jaimito”.  Entonces el hombre dijo: “Señorita Bea, si tú me amas, ¿te acostarás conmigo?” La mujer le replicó: “No es ese tipo de amor”. 

Hay varios tipos de amor.  El gran exponente de la fe del siglo pasado, C.S. Lewis, describe cuatro.  Reflexionar sobre estos puede ayudarnos entender los mandamientos de amor en este evangelio.  Tres de estos tipos son naturales.  Eso es, surgen en nosotros como el apetito de comer o el deseo de saber.  El cuarto tipo es sobrenatural. A decir, viene de Dios y es para nosotros aceptarlo y compartirlo con los demás.

El primer tipo de amor es el cariño por lo cual deseamos el bien para la gente que nos ayuda.  Por el cariño una niña quiere a su mamá que le provee los recursos para vivir desde la leche de pecho hasta el consejo para las fiestas.  También la madre busca el afecto de sus hijos para sentir cumplida como mujer.  Necesitamos a ser necesitados, como dice el refrán.  El cariño se extiende más allá que nuestros familiares.  Dice Lewis que noventa por ciento de nuestras relaciones de amor son de este tipo.  No obstante, hay que tener cuidado con el cariño.  Puede volverse en la indulgencia que sofoca más que el apoyo que ayuda.

Lewis enumera la amistad como el segundo tipo de amor.  Tiene en mente el compartir completa de modo que dos hombres o dos mujeres se identifiquen el uno con el otro.  Los padres de la Iglesia San Basilio y San Gregorio Nacianceno tuvieron tal relación. Gregorio escribió: “Cuando reconocimos nuestra amistad, nos hicimos todo para uno y otro: compartimos el mismo alojamiento, la misma mesa, los mismos deseos, la misma meta”.  En el Evangelio según San Juan a la última Cena Jesús llama a sus discípulos “amigos” porque han compartido su vida al máximo.  Aunque este género de amistad es gran don, se puede corromperse.  Por ejemplo, cuando los dos no comparten con nadie más que uno y otro, se hace egoísta.

Eros, el amor romántico, comprende el tercer tipo de amor.  Los enamorados experimentan deleite no solo en la presencia sino también en el pensamiento de uno y otro.  Por su naturaleza eros llevará la pareja a dar vida en el matrimonio.  Pero también puede conducirles a la disminución de bondad como cuando los novios dejan la virtud en la búsqueda del placer erótico. 

Lewis llama el cuarto tipo de amor “ágape”, una palabra griega que significa el amor abnegado.  Es el amor de Dios entregado a los humanos por pura bondad.  Tenemos un amor natural para los maestros que nos formaron como personas de carácter.  Pero Dios no tiene que amarnos; ni siquiera tenía que crearnos.  A pesar de la ingratitud humana, Dios no solo nos creó sino envió a su propio hijo para salvarnos del pecado y la muerte.  En respuesta a él amamos a todos con un amor que no busca reciprocidad en el cariño, ni exclusividad en la amistad, ni placer en el eros. 

Con ágape podemos amar a Dios mismo.  Esto es más difícil que se piense.  Pues Dios no es visible y además muchos prefieren pensar en sí mismo como autores de su propia bondad.  Amamos a Dios por reconocerlo en los hambrientos, desnudos, enfermos, y extranjeros con quienes Cristo se identificó; por obedecer sus mandamientos aun cuando nos cuesta; y por la oración diaria y atentamente.

Como seguidores de Cristo, no amamos solo a aquellos que cumplen nuestras necesidades. Amamos a todos por imitación a Dios que nos ha amado en primer lugar.  Su amor, el ágape, nos da más que la satisfacción que es propensa a desvanecer en tiempo.  Nos da el gozo de conocer a Jesús como nuestro amigo y a su Padre como nuestro anfitrión por la eternidad.

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