EL VIGÉSIMA NOVENO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías 45:1.4-6; Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)
Porque
tiene que ver con el gobierno y, por ende, la política, el evangelio hoy ha
llamado mucha atención. También es
interesante pero poco notada la situación en que se encuentra Jesús. Hace pocos días entró Jerusalén para entregar
su vida por la redención del mundo.
Después de ahuyentar a los mercantiles del Templo, los ancianos judíos
vinieron cuestionando su autoridad. En
lugar de darles una respuesta directa, Jesús les preguntó si Juan Bautista era
profeta de Dios. Era pregunta con
trampa. Si los ancianos contestaran
“sí”, Jesús les habría preguntado por qué no lo siguieron. Y si contestaran “no”, habrían perdido la
confianza del pueblo.
En el
evangelio hoy los fariseos y herodianos se acercan a Jesús con toda la sinceridad
del lobo saludando a Caperucita Roja.
Tienen una pregunta con trampa semejante a aquel que Jesús usó con los
ancianos judíos. Si Jesús responde que
sí se debe pagar el impuesto a César, perdería el favor del pueblo. Y si contesta “no”, las autoridades vendrían buscándolo.
Jesús no se
cae en la trampa. Más bien se ha dado cuenta de las intenciones malas de los
fariseos del piropo falso con que lo saludaron. No contesta la pregunta sino
burla a sus adversarios por pedirles la moneda para pagar el impuesto. El hecho de que tienen a mano la moneda
indica su participación en el sistema monetario de César. Muestran que deberían pagar el impuesto
porque se aprovechan del sistema.
Realmente no quieren aprender de Jesús.
Como Jesús dice, son “hipócritas”.
Jesús nos
deja un proverbio sin ninguna explicación.
Somos para dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de
Dios”. Pero ¿qué es nuestro deber a
César? y ¿qué es nuestro deber a Dios?
“César” significa el gobierno, y no es difícil enumerar nuestros deberes
al gobierno. Hemos de obedecer sus
leyes, votar para sus oficiales, pagar sus impuestos, y defender el país cuando
nos llame. Pero nuestro deber a Dios es
más complicado.
Algunos
piensan que nuestra deuda a Dios es limitada a asistir en la misa dominical y
hacer un aporte a la caridad de vez en cuando.
Sin embargo, porque Dios nos creó, nos salvó de las insidias del diablo,
y nos sostiene le debemos mucho más. De
hecho, debemos a Dios toda nuestra vida. Cumplimos este deber por vivir cada día, de hecho,
cada momento de cada día como Cristo.
Permítanme me
explicar con una historia. A lo mejor el
caos que acompañaba el subir a los buses en Honduras no ha cambiado mucho en
treinta años. En los años diecinueve
noventa un sacerdote allá solía decir que vivía como cristiano todo el tiempo excepto
cuando subiera en el bus. Estaba
bromeando, por supuesto, pero ¿no es que todos nosotros proponemos tales límites
a nuestra lealtad a Cristo?
Existe un
documento del segundo siglo que describe los modos de cristianos. Reclama que los cristianos no viven como las
demás personas, aunque viven entre ellas.
Dice que los cristianos son al mundo lo que el alma es al cuerpo. En
otras palabras, actúan como la conciencia del mundo siempre mostrando el modo bueno,
justo, y correcto a vivir. Esto es lo
que Jesús quiere decir cuando nos manda “dar a Dios lo que es de Dios”.
Resistimos entregarnos completamente a Dios. Parece como demasiado de demandar de nosotros. Pero no deberíamos considerarlo como un pago de nuestra parte. Más bien es solo el modo apropiado de realizar nuestro papel como miembros de la familia de Dios. Es solo vivir como hijos e hijas de Dios.
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