CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
(II
Crónicos 16:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)
Todos
nosotros reconocemos el evangelio hoy.
Contiene el versículo tal vez más venerado en toda la Biblia: “…tanto
Dios amó al mundo que le entregó a su Hijo único…” Las palabras nos consuelan
como cuando escuchamos a nuestra maestra decirnos, “Tú eres inteligente”. Pero ¿realmente creemos que Dios nos
ama? Muchos no lo creen, y por esta
razón no les importa complacer a Dios. Hacen
lo que les dé la gana. San Juan Pablo II
dijo: “La primera tarea de cada cristiano es aceptar el amor de Dios”. Si vamos a tener una vida espiritual verdaderamente
cristiana, debemos tomar a pecho este principio.
Porque
Jesús revela el amor de Dios, el evangelio lo reconoce como “la luz del
mundo”. Luz es tan básica según Génesis Dios
la hizo en el primer día de la creación.
Por la Biblia vemos la luz haciendo al menos dos cosas. Primero, la luz fomenta la vida. Aunque los tiempos bíblicos no supieron nada de
la fotosíntesis, seguramente entendieron que las plantas no crecen sin la
luz. De las plantas viven los animales,
incluso los animales humanos. La luz de
Jesucristo va más allá que fomentar la vida física. Nos guía a la vida eterna, que es la
felicidad sin término.
La luz
también nos permite ver. La intensa luz
en la sala de cirugía permite a los cirujanos hacer operaciones delicadas. De manera semejante “la luz del mundo” nos
permite conocer la verdad de nuestra existencia. Amados por Dios, estamos haciéndonos en sus
hijas e hijos auténticos. La luz de la
verdad nos enseña cómo prepararnos para la vida eterna.
El amor
costó a Dios a permitir a su propio hijo ser crucificado. El amor costó a Jesucristo morir en una
manera atroz. Y el amor va a costar a nosotros
también. Cuando amamos, nos hacemos
vulnerables. Gastaremos nuestros
recursos por el amado. Recordémonos a Madre Teresa de Calcuta, una de las
personas más amantes de nuestro tiempo.
Pero no apareció particularmente bella.
Madre Teresa gastó sus recursos, eso es su tiempo y energía, por los
miserables. No tomó tiempo para ir al
salón de belleza.
Estamos
vulnerables también porque la amada puede rechazar nuestras ofertas. La primera lectura cuenta de la triste
historia de Israel rechazando la oferta de Dios para ser su pueblo escogido. Cometió infidelidades, imitó a sus vecinos en
los vicios, aun profanó el Templo, la casa de Dios. Se puede ver maldades semejantes entre los
católicos hoy en día. Ciertamente el
abuso de niños de parte de los sacerdotes sirve como ejemplo primario. También se puede mencionar la caída de
asistencia en el culto dominical y la cohabitación de parejas no casadas.
El
evangelio hace hincapié que Jesús no condena sino salva. Ha venido no como juez sino como maestro
instruyendo cómo amar de verdad. Aún más
importante, ha sacrificado su vida para hacernos aceptables a Dios Padre. Si estamos condenado, nos hemos condenado a
nosotros mismos por preferir las luces del mundo a la luz de la vida y la
verdad. En otras palabras, hemos imitado
al mundo por amar a nosotros mismos más que amar a Dios y al prójimo. Tenemos el resto de la Cuaresma para corregir
este error. Si nos encontramos a
nosotros reacios al ayunar, lentos al orar, y negligentes en caridad,
deberíamos doblar nuestros esfuerzos ahora.
Que estas prácticas nos coloquen bien en la luz de Cristo.
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