QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
(Jeremías 31:31-34, Hebreos 5:7-9; Juan
12:20-33)
Las tres lecturas hoy son bellas e
interrelacionadas. Vale examinar cada
una para ver cómo contribuye al enfoque de este quinto domingo de
cuaresma. En el pasado se reconocía este
domingo como Domingo de la Pasión. Se
consideraba como el principio de la ordalía que padeció Jesús para salvarnos
del pecado y la muerte. Tal vez la
historia de un discurso antes una batalla famosa pueda recrear por nosotros la
emoción de este domingo.
En 1415 el ejercito inglés estaba para
encajar a los franceses en la Batalla en Azincourt. Sus fuerzas fueron superadas en número, pero
su rey Enrique V instó a sus tropas que no perdieran la esperanza. En la madrugada antes de la batalla les dijo que
iban a contarles a sus hijos orgullosamente lo que pasó ese día. Dijo que eran hermanos luchando hombro a
hombro por su patria. El trasfondo del
evangelio se llena con la anticipación de Azincourt esa fatídica
madrugada. Jesús dice con la llegada de
los griegos: “’Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea
glorificado’”. Está refiriéndose a su
pasión por la cual salvará al mundo del pecado.
Este es el momento cuando Dios formará una
nueva Alianza con su pueblo como profetiza el profeta Jeremías en la primera
lectura. Por la muerte, resurrección, y
ascensión de Jesús el Espíritu Santo vendrá para grabar la Ley nueva en los
corazones del pueblo. Básicamente el
amor para Dios y para el prójimo, esta Ley unificará a Dios y la Iglesia, el
nuevo Israel, para siempre. Como dice
Jeremías: Dios será su Dios y ellos serán su pueblo.
Tal vez la Carta a los Hebreos es el menos
apreciado de todos los libros de la Biblia.
Expresa un profundo entendimiento de Jesús que reconoce su suprema fidelidad
humana y su potencia divina. En la
lectura hoy recalca la lucha de Jesús para cumplir la voluntad de Dios Padre que
entrega al mundo del pecado. Sus
palabras nos dan un sentido de su empatía para nosotros en la lucha de quedar
fieles a Dios.
En el Evangelio según San Juan raras veces
Jesús muestra sensibilidades pasivas. Sí
llora ante la tumba de Lázaro, pero con más frecuencia expresa la voluntad para
dominar el mal. Aquí tenemos buen
ejemplo de esta intención. Rechaza la
idea de pedir la entrega de la muerte horrífica que está para padecer. Más bien dice: “’… ¡no, pues precisamente
para esta hora he venido!’”
Jesús usa una parábola para explicar lo que
está para acontecer. “’…si el grano de
trigo, sembrado en la tierra, no muere, -- dice -- queda infecundo; pero si
muere, producirá mucho fruto’”. Sabe que
el fruto de su pasión y muerte será no solo su resurrección a la gloria sino
también el rescate del mundo de las garras de Satanás.
La Semana Santa en que celebramos nuestra
liberación del pecado y la muerte está cerca.
Tenemos solo siete días para prepararnos a recibir sus gracias. Si hemos ayunado o no, si hemos hizo el
Viacrucis o no, que hagamos algún sacrificio esta semana pensando en el Señor Jesús
crucificado por nosotros. Luego que
vengamos aquí el Domingo de Ramos y, si es posible, el Viernes Santo para
participar en la Pasión del Señor. Finalmente,
no nos olvidemos para celebrar su resurrección de entre los muertos con toda
alegría apropiada.
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