El domingo, 31 de marzo de 2024

PRIMER DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)

Tan encantador que encontremos la Navidad, tenemos que reconocer en la Pascua algo más significante.  Es la celebración del cumplimiento del propósito de Dios en hacerse hombre.  Es el anuncio al mundo que Cristo ha vencido el pecado y la muerte.  El evangelio nos cuenta de la historia de su victoria que nos ofrece ambas esperanza y trabajo.

Dice San Marcos que las tres mujeres que vieron a Jesús crucificado ahora vienen para embalsamarlo.  Fue sepultado rápidamente el viernes para evitar violar la santidad del sábado.  Ahora las mujeres quieren dar a su querido maestro un entierro apropiado.

Las mujeres se preocupan de cómo moverán la piedra gigante que cerró el sepulcro.  Pero sin duda sus pensamientos extienden más allá que esta cuestión.  Con toda probabilidad están recordando que tremenda persona era Jesús.  Como la gente hoy hace “celebraciones de la vida” en las funerarias, estas mujeres estarían compartiendo sus memorias de Jesús.  Estarían hablando con una y otra cómo a Jesús le gustaba comer con todos tipos de personas.  Contarían cómo enseñaba con autoridad, y usaba parábolas para ayudar a la gente entender. 

Tan felices que sean sus memorias de Jesús, las mujeres topan la amarga realidad que ya no está con ellas.  Piensan que no más escucharán su voz o sentir su toque de apoyo.  Entonces dicen que las cosas nunca serán las mismas y se preguntan: ¿cómo vivirán sin Jesús?

Cuando llegan al sepulcro y ven la piedra quitada, se espantan. Preguntarían: ¿qué pasó? Estarían sospechando que los enemigos de Jesús robaron su cuerpo.  Cuando entran el sepulcro, ven a un ángel donde quedó el cuerpo de Jesús.  Les anuncia que Jesús ha resucitado.  Ahora las mujeres se asustan aún más.  Después de todo, están en un cementerio con un espíritu delante sus ojos.  Estarían preguntándose: ¿qué quiere decir “resucitado”?  ¿Es vivir con el cuerpo o sin el cuerpo?  ¿en el mundo o fuera el mundo? ¿para un tiempo limitado o para siempre?

El ángel les asigna a las mujeres una tarea. Ellos han de decirles a Pedro y sus compañeros que encontrarán a Jesús en Galilea.  Donde ellos comenzaron su discipulado con el Señor, lo comenzarán a llevarlo a su término.  Pero esta vez tendrán al Espíritu Santo como su luz y fuerza.  El Espíritu les recordará de lo que dijo el Señor de la necesidad de sufrir para seguirlo.  Asimismo, les fortalecerá para que venzan el miedo y la apatía en su misión.

Somos semejantes a esas mujeres esa primera Pascua cristiana.  Como ellas tenemos un temor de la muerte porque no podemos ver más allá que la fosa o, hoy en día, el columbario.  Tampoco tenemos una visión adecuada de la resurrección.  Sabemos que tendremos una nueva vida gloriosa enraizada en nuestros propios cuerpos y que conoceremos íntimamente a Jesucristo.  Pero ¿qué vamos a hacer más que alabar y agradecer a Dios queda oscuro?  Finalmente, como aquellas mujeres, estamos encargados con la tarea de decir a los demás que el resucitado les espera.  De alguna manera tenemos que anunciar que Jesús nos ha conquistado el pecado y la muerte.  Ahora podemos vivir como personas renovadas con el mismo Jesús como compañero y destino.

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