Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia
(Hechos
4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20, 19-31)
Probablemente
las lecturas hoy nos suenan familiares.
Cada año en este segundo domingo de la Pascua escuchamos el evangelio de
Santo Tomás dudando la resurrección de Jesús.
También cada año escuchamos un trozo de los Hechos de los Apóstoles que
cuenta de cómo la comunidad primitiva de Jerusalén vivía. Hoy vamos a
enfocarnos en esa comunidad tratando de entender por qué se la incluye con el
relato de la resurrección.
Junto con
la muerte de Jesús en la cruz el Nuevo Testamento hace hincapié en su
resurrección de entre los muertos. San
Pablo escribe a los corintios que les predicó “en primer lugar” ambas la cruz y
la resurrección. No es solo porque la
resurrección de Jesús nos proporcione la esperanza de superar la muerte que la
Iglesia la proclama de primera importancia.
También es porque nos lleva a ser mejores personas. Los Hechos de los Apóstoles ofrece testimonio
a esto en historias de la primera comunidad cristiana (aunque todavía no se usó
este nombre "cristiana") de Jerusalén.
La lectura
de los Hechos hoy dice que la comunidad “tenía un solo corazón y una sola
alma”. El tiempo es solo un poco después
de la resurrección, ascensión, y la venida del Espíritu Santo en la historia de
Lucas, el escritor de ambos el tercer Evangelio y los Hechos. Lucas quiere decir que estos eventos
impactaron a los creyentes en la resurrección tanto que cambiaran su actitud y
sus acciones. Se puede notar cuatro comportamientos
nuevos resultando de estos cambios.
Primero, rezaron el uno por el otro usando nuevas oraciones como la
“Padre Nuestro”. Segundo, se reunieron en sus casas para el “compartir del pan”
haciendo presente el sacrificio de Jesús en el Calvario que les justificó a
pesar de sus pecados. Tercero, hicieron
caso a las enseñanzas de los apóstoles quienes explicaron cómo Cristo cumplió
las Escrituras y prescribieron la respuesta apropiada a él. Finalmente, vivieron comunitariamente
compartiendo sus recursos de modo que nadie tuviera demasiado o muy poco. Lucas emplea el término griego koinonia para
esta cualidad que nos llama tanta atención hoy.
Koinonia significa la amistad comunitaria o la
comunión. Junto con el compartir de
recursos el Nuevo Testamento indica dos otras dimensiones de koinonia. Primero,
las diferentes comunidades de cristianos reconocen la legitimidad de una y
otra. Pablo dice en su Carta a los
Gálatas que cuando él y Bernabé lograron a convencer a los apóstoles que los
miembros incircuncisos de las comunidades que formaron fueron realmente
cristianos, recibieron “la mano de koinonia” de Pedro, Santiago, y
Juan. Hoy día el papa Francisco ha pretendido
a lograr la koinonia especialmente con las iglesias ortodoxas pero
también con las comunidades protestantes.
Otra
dimensión de koinonia es el compartir de recursos entre las personas y
las comunidades. Muchas veces en sus
cartas Pablo refiere a las colectas que hizo entre los griegos para la
comunidad cristiana en Jerusalén. Hoy
día llamamos este tipo de apoyo “la solidaridad”. Posiblemente la comunidad de Jerusalén
tuviera problemas económicos porque su modo de compartir recursos no funcionaba
bien. De todos modos, los Hechos reporta dificultad con su compartir casi desde
el principio. Cuenta cómo una pareja
cometió fraude por no someter todo el pago que recibió de la venta de una
propiedad como había indicado que iba a hacer.
La
atracción de avaricia y los otros vicios queda en nuestros corazones. El Espíritu Santo enviado con la ascensión de
Jesús nos ayudará resistirla, pero hay que pedir aún más protección del
Señor. La película recién “Cabrini” muestra
cómo con empeño y oración se puede superar adversarios aún más desafiantes.
Nuestra
celebración de la resurrección del Señor nos ha proporcionado la gracia para
cambiar los vicios en virtudes. Que
creamos en este evento con todo el corazón.
También que nunca fallemos pedir aún más apoyo del Señor Jesús. Finalmente, que empeñemos ser mejores
personas todos los días.
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