TERCER DOMINGO DE CUARESMA
(Éxodo
20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)
Hace años
hubo un drama de televisión que llamó la atención. Un hombre deja su pueblo para aprender todo
lo que hay de aprender en el mundo. Va a
Washington para leer todos los libros en la Biblioteca del Congreso. Después de años regresa con su
aprendizaje. El pueblo arregla una
oportunidad para que él comparta el resumen de su descubrimiento. Cuando llega el tiempo, todo el pueblo se
reúne para escucharlo. Comienza: “Esto
es lo que aprendí: ‘Yo soy el Señor, tu Dios, … No tendrás otros dioses fuera
de mí….No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios…Acuérdate de santificar
el sábado….Honra a tu padre y a tu madre…’”
Sí, según el drama los Diez Mandamientos resumen la sabiduría de las
edades.
Los Diez
Mandamientos tienen un lugar particular tanto en la vida cristiana tanto como
en la vida judía. El libro de Éxodo
informa que Dios los escribió con su propio dedo. Les ha dado a los humanos como puro don. Dios no necesita nuestro acatamiento a estos
órdenes. Sin embargo, menos que los acatemos,
nosotros no podemos tener la felicidad que dura. Siguiendo los mandamientos podemos superar
los grandes errores que está debilitando la sociedad y llevándonos a la
destrucción personal. No permiten el
individualismo que ignora las responsabilidades que tenemos hacia uno y otro y
hacia la comunidad. Al contrario, somos mandatos
para honrar a nuestros padres, refrenar de tomar lo que pertenece a los demás,
y como corolario, apoyar el bien común.
También los
Diez Mandamientos se levantan contra el relativismo que dice no hay leyes
objetivas sino toda persona y toda sociedad tienen que crear sus propias
leyes. Aquí hay diez leyes
incontrovertibles para todos. Asimismo,
los Diez Mandamientos no ceden ningún terreno al materialismo. Reconocen los valores espirituales como Dios
en primer lugar y luego la honestidad, el honor, la santidad del matrimonio, y
muchos otros.
Tan grande
como sea el don de los Diez Mandamientos, Dios ha regalado a los humanos algo
más superlativo. El evangelio hoy enseña
que Jesús ha llegado para reemplazar el Templo como el lugar de encuentro entre
Dios y los humanos. La purificación del
templo de negocios comprende solo el primer paso de su programa. Su propio cuerpo resucitado de entre los
muertos será el nuevo Templo donde la gente dará culto a Dios. San Pablo nos informa que el cuerpo resucitado
de Cristo es la Iglesia.
Ahora la
persona no necesita ir a Jerusalén para ofrecer sacrificios que agradan a
Dios. Dondequiera que se celebre la
Eucaristía Cristo está presente dándole a Dios Padre el perfecto
sacrificio. De hecho, se encuentra
Cristo en todos los sacramentos de la Iglesia.
Está presente en el Sacramento de Reconciliación perdonando las ofensas
del pecador y fortaleciendo su espíritu para evitar el pecado.
El
evangelio termina con una evaluación negativa de los hombres y mujeres. Dice que Jesús no se fía de ellos porque sabe
de “lo que hay en el hombre”. Esto es
nuestra disposición a pecar. El
individualismo, el relativismo, y el materialismo han penetrado el corazón
humano con tanta vehemencia que los Diez Mandamientos solos no vayan a
controlarlos. Por el Sacramento de
Reconciliación Jesús nos encuentra recurriendo su ayuda espiritual mientras
confesamos nuestros pecados. Es un
espacio privado donde podemos abrirnos completamente a Dios en un acto a la vez
humilde y edificante.
Durante
este tiempo de Cuaresma podemos imaginar a Jesús purificando nuestras vidas con
el Sacramento de Reconciliación como limpia el Templo en el evangelio hoy. Nos hace verdaderos templos del Espíritu
Santo de donde se levantan actos de gracias y alabanzas a Dios Padre.
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