EL DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Ezequiel
2:2-5; II Corintios 12:7b-10; Marcos 6:1-6)
El Señor
Jean Vanier inició un movimiento evangélico.
Era militar sirviendo en la Marina Canadiense. Entonces se sintió una vocación de hacer
“algo diferente”. Renunció su comisión
como oficial marino para estudiar la filosofía.
Pero la vida del profesor no le convenía tampoco. Tuvo una inspiración cuando visitaba un asilo
para los incapacitados. ¿Por qué no dar
a aquellos con una deficiencia mental un hogar donde podrían florecerse? Invitó a dos personas incapacitadas para
vivir con él. Él los cuidó, y de ellos
aprendió la enseñanza más importante de la vida: soy amado por Dios. Así fue establecida la primera Comunidad de
El Arca. De ahí Jean fundó comunidades
de El Arca en países alrededor del mundo.
La historia de Jean Vanier nos reta a aceptar las dificultades que
tenemos en nuestras propias vidas.
A lo
mejor no tenemos a nadie en casa con una deficiencia mental. Pero es muy posible que haya una persona con
carácter difícil. O posiblemente viva
con nosotros un pariente sufriendo una enfermedad seria. Nos cuesta dar a estas personas la atención
que necesitan para florecer. Sin
embargo, en lugar de tratar de ayudarlos, a menudo estamos inclinados a rechazarlos. Pensamos en desconocer sus necesidades u olvidarnos
de ellos por ponerlos en un asilo. La
gente que actúa así asemeja a los vecinos de Jesús en el evangelio hoy.
Cuando
Jesús presenta a sus paisanos el mensaje del Reino de Dios, lo tratan como si
fuera un inquietador. Le consideran como
idealista cuando les habla de la necesidad de reformarse para aprovecharse del
gran amor de Dios. Como Dios envía a
Ezequiel a Su pueblo Israel en la primera lectura, ha enviado a Jesús al
mundo. Desgraciadamente muchos se ignoran
de él hoy en día como en su propio pueblo.
Prefieren pasar todo el día viendo fútbol a visitar a un conocido
internado por media hora.
Esperamos
que nosotros no seamos así. Más bien queremos
responder al evangelio con el cuidado para los demás. El papa San Juan Pablo II decía que la vida
es un don de Dios que no realizamos hasta que la demos a los demás en el
amor. Se la damos a todo el mundo por
tratar a cada persona que encontremos con el respeto. A los familiares debemos más atención, aun
sacrificios por los débiles en nuestro medio.
Una pareja inmigrante tiene a una niña con la parálisis cerebral. Ella no podía comer sin la ayuda y mucho
menos caminar. Pero los padres le han
dado todo el apoyo necesario. Aun la traían
a las clases de formación de ministros para que no se dejara sola.
Sí nos
cuesta cuidar a los demás. A veces ellos
resienten nuestras ofertas de socorro.
Los parientes pueden requerir más atención que pensábamos fuera posible. Entonces que nos acordemos de lo que escribe San
Pablo en la segunda lectura. Cuando nos
sentimos más débiles, el Señor nos hace más fuertes. Él nos concede las fuerzas necesarias para realizar
hazañas notables – sea cuidar a un enfermo o sea aguantar con paciencia nuestro
propio dolor.
Es notable
la atención que llama el fútbol estos días. Casi todo el mundo quiere ver los finales del
campeonato de la Copa del Mundo. Sea el
ganador de las Américas, de la Asia, o de Europa, a lo mejor en cuatro años
habrá otro. Es el amor de Dios por
nosotros que no cambia nunca. Jesús nos
lo proclamó y ahora somos para anunciarlo a los demás. Por el respeto, el servicio, y los
sacrificios somos para anunciar el amor de Dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario