El domingo, 8 de julio de 2018


EL DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 2:2-5; II Corintios 12:7b-10; Marcos 6:1-6)


El Señor Jean Vanier inició un movimiento evangélico.  Era militar sirviendo en la Marina Canadiense.  Entonces se sintió una vocación de hacer “algo diferente”.  Renunció su comisión como oficial marino para estudiar la filosofía.  Pero la vida del profesor no le convenía tampoco.  Tuvo una inspiración cuando visitaba un asilo para los incapacitados.  ¿Por qué no dar a aquellos con una deficiencia mental un hogar donde podrían florecerse?  Invitó a dos personas incapacitadas para vivir con él.  Él los cuidó, y de ellos aprendió la enseñanza más importante de la vida: soy amado por Dios.  Así fue establecida la primera Comunidad de El Arca.  De ahí Jean fundó comunidades de El Arca en países alrededor del mundo.  La historia de Jean Vanier nos reta a aceptar las dificultades que tenemos en nuestras propias vidas.

A lo mejor no tenemos a nadie en casa con una deficiencia mental.  Pero es muy posible que haya una persona con carácter difícil.  O posiblemente viva con nosotros un pariente sufriendo una enfermedad seria.  Nos cuesta dar a estas personas la atención que necesitan para florecer.  Sin embargo, en lugar de tratar de ayudarlos, a menudo estamos inclinados a rechazarlos.  Pensamos en desconocer sus necesidades u olvidarnos de ellos por ponerlos en un asilo.  La gente que actúa así asemeja a los vecinos de Jesús en el evangelio hoy. 

Cuando Jesús presenta a sus paisanos el mensaje del Reino de Dios, lo tratan como si fuera un inquietador.  Le consideran como idealista cuando les habla de la necesidad de reformarse para aprovecharse del gran amor de Dios.  Como Dios envía a Ezequiel a Su pueblo Israel en la primera lectura, ha enviado a Jesús al mundo.  Desgraciadamente muchos se ignoran de él hoy en día como en su propio pueblo.  Prefieren pasar todo el día viendo fútbol a visitar a un conocido internado por media hora.

Esperamos que nosotros no seamos así.  Más bien queremos responder al evangelio con el cuidado para los demás.  El papa San Juan Pablo II decía que la vida es un don de Dios que no realizamos hasta que la demos a los demás en el amor.  Se la damos a todo el mundo por tratar a cada persona que encontremos con el respeto.  A los familiares debemos más atención, aun sacrificios por los débiles en nuestro medio.  Una pareja inmigrante tiene a una niña con la parálisis cerebral.  Ella no podía comer sin la ayuda y mucho menos caminar.  Pero los padres le han dado todo el apoyo necesario.  Aun la traían a las clases de formación de ministros para que no se dejara sola.

Sí nos cuesta cuidar a los demás.  A veces ellos resienten nuestras ofertas de socorro.  Los parientes pueden requerir más atención que pensábamos fuera posible.  Entonces que nos acordemos de lo que escribe San Pablo en la segunda lectura.  Cuando nos sentimos más débiles, el Señor nos hace más fuertes.  Él nos concede las fuerzas necesarias para realizar hazañas notables – sea cuidar a un enfermo o sea aguantar con paciencia nuestro propio dolor. 

Es notable la atención que llama el fútbol estos días.  Casi todo el mundo quiere ver los finales del campeonato de la Copa del Mundo.  Sea el ganador de las Américas, de la Asia, o de Europa, a lo mejor en cuatro años habrá otro.  Es el amor de Dios por nosotros que no cambia nunca.  Jesús nos lo proclamó y ahora somos para anunciarlo a los demás.  Por el respeto, el servicio, y los sacrificios somos para anunciar el amor de Dios.

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