Homilía para el Domingo, 13 de julio de 2008

Homilía para el XV Domingo del Tiempo Ordinario

(Isaías 55:10-11)

“Hablar a ustedes y hablar a la pared es la misma cosa,” se quejó la madre. Sintió frustrada después de haber dicho a sus hijos docenas de veces, “No peleen,” sin efecto. Desgraciadamente las palabras humanas muchas veces no significan mucho. Por la falta de la autoridad, ellas a menudo disipan en el aire como el humo. Pero no es así con la palabra de Dios.

“En el principio... (D)ijo Dios: ‘haya luz’ y hubo luz.” Todos reconocemos estas palabras como las primeras de la Biblia. Revelan como la palabra de Dios es creativa, poderosa, y bondadosa. Decimos “creativa” porque creó la luz de la nada. Asimismo, es poderosa porque apareció la luz con la fuerza para alumbrar el universo. Finalmente, es bondadosa porque la luz iba a permitir a los humanos a ver mirar grandezas como la puesta del sol y finezas como una telaraña.

La primera lectura del profeta Isaías reitera la eficacia de la palabra de Dios. Nos cuenta que como la lluvia pone en proceso la producción del pan, así la palabra de Dios siempre cumple Su intención. El profeta no es el mismo Isaías que predijo la caída de Jerusalén sino el que alienta a los israelitas en exilio. El segundo Isaías revela dos cosas de añadidura. Primero, dice que el sufrimiento de Israel acabará cuando Dios restaura Su reino. Segundo, señala a un hijo de Israel – el Servidor doliente – lo cual justificará al mundo por sufrir sin quejas o reclamaciones.

Nosotros cristianos vemos el cumplimiento de todas estas profecías en Jesús. Él viene como la bondadosa palabra de Dios curando a los enfermos, expulsando los demonios, y enseñado con parábolas. No más está el mundo bajo el dominio del diablo sino se ha hecho en una nueva creación, el Reino de Dios. La palabra, que es Cristo, también se manifiesta con poder, pero un poder interiorizado. Por soportar el sufrimiento de la cruz, Jesús derrota todas las fuerzas del mal agregadas en su contra. Así, Jesús se revela a sí mismo como el Servidor doliente del segundo Isaías llamando la atención de todos.

Nosotros respondemos a Jesús en los dos modos que destacan su vida. Como él actuaba en pro de la gente, nosotros hacemos obras de caridad. Por ejemplo, una parroquia urbana da de comer a quinientas personas pobres cada domingo por al menos cincuenta años. A lo mejor algunos de esta multitud andarían sin comer si no fuera por la parroquia. Pero, más significativo, todos saben que Cristo los ama por las acciones de los parroquianos. También, aguantamos los dolores de la vida con la paciencia como Jesús crucificado. Por ejemplo, una viuda de casi noventa y cuatro años espera que el Señor la recoja. Aunque le duele el cuerpo, raras veces se queja o hace exigencias en su aguardar.

“Hablaré puñales pero no usaré ninguno,” dice el príncipe Hamlet en el famoso drama por Shakespeare. Solamente está demostrando el poder de palabras para cumplir su intención. Sin embargo, hemos visto infinitamente más poder en Jesucristo, la bondadosa palabra de Dios. Como la puesta del sol, Jesús nos llama la atención. Que no rehusemos a responder a él. Que no rehusemos a responder.

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