Homilía para el Domingo, 6 de julio de 2008

El XIV Domingo del Tiempo Ordinario

(Mateo 11:25-30)

Por más de 232 años los americanos han tenido la libertad. No podemos decir “todos americanos” por la lastimosa esclavitud de los negros. Sin embargo, ahora todos -- blancos y morenos -- en este país disfrutan de la independencia para andar a donde quieran y para trabajar en cualquier oficio que puedan. A lo mejor la mayoría de la gente americana orgullosamente piensa en sí misma como los judíos en el Evangelio según San Juan que dicen: “…nunca hemos sido esclavos de nadie.”

Pero si la esclavitud significaría una libertad más profunda de simplemente nadie teniendo escritura de su cuerpo, ¿sería aceptable? Si la esclavitud a una persona nos liberaría de todas otras dominaciones – sean interiores o sean exteriores, ¿podríamos someternos a ella? Tenemos en cuenta no sólo el libre albedrío para hacer lo que se piensa es correcto sino también la capacidad para actuar con la perfección en todo caso. Ésta es la equivalente en la vida diaria a la libertad de un virtuoso con violín en mano o de un gimnasta olímpico en las barras. A lo mejor, sí, nos daríamos a nosotros mismo a esta esclavitud.

En el evangelio hoy, Jesús nos hace tal oferta. Nos invita a cambiar la esclavitud al pecado por la esclavitud a él. Es cierto, no habla de la esclavitud sino del yugo. Pero en la Biblia el yugo – la madera que se coloca sobre los bueyes para uncirlos por trabajo – significa la esclavitud. Jesús quiere que dejemos la tendencia a pecar por el firme compromiso a él. Por eso, Pablo escribe: “El que recibió la llamada del Señor siendo esclavo es un cooperador libre del Señor. Y el que fue llamado siendo libre se hace esclavo de Cristo” (I Cor 7:22).

Recientemente Benedicto XVI alentó a los jóvenes: “¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo.” El papa solamente daba eco a Jesús cuando proclama, “…mi yugo es suave y mi carga ligera.” Dice “suave” porque no son tantos preceptos en la ley de Jesús como en la ley de Moisés. Añade “ligera” porque siendo nuestro amo, podemos conseguir siempre su apoyo por la oración.

Sin embargo, parece a algunos que la moralidad católica es más exigente que la de cualquiera otra religión. Debemos venir a misa cada domingo. Debemos refrenar de sexo fuera del matrimonio. Debemos confesar nuestros pecados a un sacerdote. ¿Cómo es suave el yugo de Jesús? Si nos parece tortuoso es porque no le hemos entregado la vida. Una vez que lo hagamos, nos quedarán sólo dos mandamientos fácilmente cumplidos: ama a Dios sobre todo y ama al prójimo como ti mismo. Los otros preceptos serán como guías en momentos de confusión. Sí, verdaderamente es suave su yugo y ligera su carga.

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