Homilía para el Domingo, 16 de noviembre de 2008

Homilía para el XXXIII Domingo Ordinario, 16 de noviembre de 2008

(Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; I Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)

En el año 1995 el papa Juan Pablo II envió una carta a todas las mujeres del mundo. En ella él expuso su alto aprecio y profunda gratitud por ellas. Escribió: “Te doy gracias, mujer-madre.... Te doy gracias, mujer-esposa…. Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana…. Te doy gracias, mujer-trabajadora…. Te doy gracias, mujer-consagrada.... Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer!” En la carta el papa dio eco al homenaje de mujeres que escuchamos en la primera lectura hoy.

El libro de los Proverbios concluye con un poema acróstico. Sabemos lo que es un acróstico, ¿no? M es por sus manos que transforman la casa en un hogar; u es por la unión firme que haces del matrimonio; j es por el júbilo que traes a todo miembro de la familia; etcétera. Pero en el caso del libro de los Proverbios, el acróstico no deletrea “mujer” sino utiliza todas las letras del alfabeto hebreo para describir la mujer perfecta. Esta alabanza difiere mucho del mínimo respeto hacia las mujeres en la historia antigua. Aún en el Antiguo Testamento por la mayor parte se consideran mujeres como propiedad de sus maridos. Es cierto que en la creación Eva disfruta la igualdad con Adán. Sin embargo porque se rindió a la tentación de la serpiente, se hizo subordinada a su esposo.

En contraste, Jesús trata a mujeres con una sensibilidad notable. Sana la hemorragia de la mujer que la sufría doce años. Visita la casa de dos hermanas y permite que un grupo de mujeres acompañe a él y los doce apóstoles. Más significativamente, Jesús restaura la igualdad a la mujer cuando proclama que en el matrimonio el hombre y la mujer se hacen una sola carne de modo que ninguno de los dos tenga el derecho del divorcio. Por eso San Pablo escribirá que en Cristo “…no se hace diferencia entre hombre y mujer…”

Es sólo una lastima que hombres cristianos han explotado a las mujeres a través de los siglos. En la casa han mirado a las mujeres como objetos de deseo y han descontado sus muchas y variadas capacidades. En el trabajo han pagado a mujeres menos que a los hombres y a menudo han exigido más labor que era justa. La lista de abusos suplica la reconciliación. En su carta del 1995 el papa Juan Pablo atentó lograrla. Por los pecados contra mujeres a través de los siglos cuyas responsabilidades pertenecen a los hijos de la Iglesia, él dijo claramente, “Lo siento sinceramente.” Si me permiten, quisiera reiterar la disculpa del nuestro querido papa antiguo. Para todas las mujeres que han sido ofendidas por la dureza y malicia de sacerdotes, lo siento mucho.

Posiblemente algunas personas se pregunten, ¿por qué la Iglesia no trata de remediar sus errores del pasado por ordenar a mujeres sacerdotes? Una vez más, el papa Juan Pablo nos guió con la respuesta. La Iglesia no puede ordenar a mujeres sacerdotes porque Jesús, el protagonista de mujeres más seguro, no pensó que sería sabio hacerlo. Por razón de sus característicos femeninos las mujeres no pueden hacerse iconos de Cristo, el esposo de la Iglesia. Sin embargo, por la misma femineidad las mujeres pueden ser imágenes de la Iglesia, la esposa de Cristo y madre de creyentes. Vemos esto constantemente, consistentemente, y compasivamente. Por eso quisiera hacer una declaración final. De parte de toda la Iglesia a cada mujer aquí presente: Te doy gracias por su amor abnegado.

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