Homilía para el Domingo, 21 de septiembre de 2008-09-15

Homilía para el XXV Domingo Ordinario, 21 de septiembre de 2008-09-15

(Mateo 20:1-16)

Una viña en California se acoge a turistas. Les ofrece pruebas de sus vinos y una gira de sus operaciones. En la gira la viña muestra a los turistas el cultivo y la cosecha de uvas, la preparación y el añejamiento del vino, y la el embotellado y comercio del producto. En breve, les impresiona con un proceso mucho más complicado que la prensa de uvas que tenían sus abuelitos en el sótano. En la parábola del evangelio hoy Jesús se aprovecha de una tal viña como símbolo para toda la creación.

Por la parábola Jesús indica cómo Dios manda a los trabajadores en el mundo para producir algo que vale. Una vez el papa Juan Pablo II siguió la línea de pensamiento de Jesús aquí. Dijo que “cada hombre que viene a este mundo” es como los trabajadores de las horas avanzadas del día. Tal vez sea mejor identificar a los trabajadores de la primera hora como los sacerdotes y religiosos que usualmente se dan cuenta de sus vocaciones desde joven. Entonces los trabajadores que se encuentran en las horas siguientes serán los laicos que sólo tardíamente reconocen cómo Dios les ha llamado.

Ciertamente hay mucho servicio para rendirse en el mundo actual. La mayoría de sus seis y medio mil millones habitantes viven en la pobreza. De estos pobres dos por tres son de países en desarrollo como México. En tiempo estos pobres deberían conocer una vida digna. Sin embargo, uno por seis de la población mundial -- un mil millón de personas -- ahora viven en la pobreza absoluta, eso es con menos de un dólar por día. Por una gran parte estos miserables se encuentran en el África. Todos los trabajadores de la viña de Dios tienen que preguntarse ¿qué puedo hacer para mejorar la suerte de estos desafortunados?

Además que la oración, podemos responder a nuestro interrogante por decir que nuestros aportes a las organizaciones como el Catholic Relief Services y Caritas socorrerán a los más pobres. También, pudiéramos votar por candidatos que fomentarán políticas para mover los países más pobres a la lista de aquellos en desarrollo. Sin embargo, es preciso que los laicos se den cuenta de la posibilidad de crear un mundo mejor por sus esfuerzos diarios.

Se escribe en el documento sobre la Iglesia en el Vaticano II: “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.” Cuando tratan a sus familias con toda atención, trabajan con gran diligencia, y persiguen actividades sociales por el bien de todos, los laicos responden a esta vocación. No se considera como un papel al margen. Más bien, contribuye directamente a la misión de la Iglesia para convertir al mundo a Cristo. Por eso, se ha llamado apropiadamente “el ministerio de los laicos.”

¿Y el pago para estos trabajadores? Seguramente va más allá que los salarios, a veces disminuidos, que los laicos reciben de sus empleadores. Por la parábola de los trabajadores en la viña Jesús indica que recibirán de Dios la misma cantidad que se dan a los trabajadores de la primera hora. Eso es, como los sacerdotes y religiosos, los laicos esperan de Dios la vida eterna como su premio por haber cumplido sus tareas.

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