Homilía para el Domingo, 26 de octubre de 2008

El XXX Domingo Ordinario

(Éxodo 22:20-26)

El hombre habló con toda seriedad. Dijo que estaba agradecido que no vivió en el tiempo del Antiguo Testamento porque no podía aguantar un Dios vengativo. Escuchando la blasfemia, el predicador se estremeció como si fuera un micrófono mal ajustado. “No, Señor,” quería decirle, “Dios siempre es amoroso; es nuestro aprecio de Su bondad que cambia.” En la primera lectura hoy el libro de Éxodo muestra el extenso de esta bondad.

Dios cuida no sólo a los ricos que pueden ofrecerle sacrificios de bueyes sino también a los más necesitados. Él manda a Su pueblo en la lectura, “’No hagas sufrir ni oprimas al extranjero…” Se preocupa por el extranjero porque vive lejos de su patria sin familia a mano para socorrerlo en necesidad.

Ahora en la edad de la globalización extranjeros de tierras pobres están entrando los países ricos a través del mundo. Muchos de estos inmigrantes no tienen el permiso de los gobiernos anfitriones a quedarse. ¿No es que este mandamiento nos exija a tratar a los extranjeros como personas de dignidad? Claro que sí. No deben estar explotados por su trabajo, mucho menos por favores sexuales que a veces los patrones exigen. Los obispos de los Estados Unidos recomiendan que se les de la posibilidad de obtener la ciudadanía. Es una cuestión complicada, pero es cierto que como personas humanas los extranjeros no deben estar tirados del país como llantas gastadas a la baldía.

El Señor también advierte a Su pueblo acerca de la usura. Eso es, la práctica de aprovecharse de la extrema necesidad de los pobres por prestarles dinero a tasas muy altas. Recientemente ha aparecido una forma de usura particularmente dañina. Los bancos han prestado dinero por comprar casas a personas que no tienen mucha posibilidad de repagarlo. Esta irresponsabilidad ha resultado en la ejecución de tantas hipotecas que se haya puesto en precaria toda la economía. Por lo tanto, Dios que ama a todos y quiere una sociedad próspera desfavorece este tipo de préstamo.

El amor de Dios no ha cambiado del tiempo de la Alianza Antigua al tiempo de la Alianza Nueva. Sin embargo, podemos decir que Su amor se nos ha acercado explícitamente con Jesucristo. El vino al mundo para llenar nuestros corazones con la gracia del Espíritu Santo. Ahora más que nunca podemos tratar a los pobres y extranjeros con la justicia. Ahora más que nunca podemos ver a nosotros mismos como Su pueblo destinado a Su gloria.

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