SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
Estos días no sólo jóvenes dicen a sus
novias: “Te amo”. Las madres lo dicen a sus
hijos y los esposos a uno a otro. Los
amigos y familiares frecuentemente lo repiten entre sí. Las palabras traen el sentido de paz y
bienestar. Sí puede ser usada tanto la frase que se haga trivializada. No obstante, aun así proporciona un modo de
satisfacción.
Ciertamente el amor entre personas casadas
por veinte años o el amor de padres para sus hijos se difiere del amor
profano. El amor profano se asocia con
la codicia. La persona que profesa este
amor tiene en mente su propio bien, no aquel del amado. Sin duda es el caso cuando la persona dice:
“Amo chocolate” o aun: “Amo Nueva York”.
También se indica el amor codicioso cuando se habla de “hacer el
amor”. Lo que importa a la persona que
“hace amor” es el placer que recibe. No
le hace caso que el acto sea vicioso.
En la segunda lectura el presbítero Juan
hace el comentario intrigante que “Dios es amor”. Quiere decir que como Dios nos hizo para
compartir el bien de su ser, el amor verdadero es la disposición de darse por
el bien del otro. Cuando Jesús manda en
el evangelio hoy que amemos los unos a los otros, tiene en mente este tipo de
amor. Se ve este amor en los adultos
cuidando a sus padres ancianos. Durante
el confinamiento escuchábamos muchas historias de personas haciendo todas las
tareas de sus padres para que no se expusieran al virus.
Lo que impide este amor de Cristo es “el
yo”. Nos preocupamos de que, si nos
involucramos en el servicio por el otro, perderíamos algo precioso a
nosotros. La pérdida podría ser salidas
al recreo, la comodidad de tener los días libres, o la paz de mente cuando nos
envolvernos en los problemas de otras personas.
Pero hay otra cosa en juego aquí. El yo siempre quiere más. No se puede satisfacer su deseo para atención
y admiración. En lugar de tratar de
colmar el apetito voraz del yo, deberíamos inculcar el primer principio de
cristianismo. El papa San Juan Pablo II
dijo que el primer deber del cristiano es aceptar el amor de Dios. Convencidos
de su amor, vamos a hacer todo necesario para unir a nosotros mismos con
él. Como Jesús no se cansa de decirnos
en este Evangelio de Juan, tenemos que amar a uno a otro para tener la vida
eterna.
El padre Henri Nouwen era tal vez el más
reconocido escritor de la espiritualidad cristiana de la segunda mitad del siglo
pasado. Escribió montones de libros
sobre el acercamiento a Dios. Sus
últimos escritos se enfocaron en la comunidad de jóvenes discapacitados en que
vivió. Dijo que el discapacitado que ayudaba todos los días le enseñó una
verdad imprescindible: la mente no hace a la persona imagen de Dios sino el
corazón que deja la preocupación con sí mismo para darse al otro en el
amor. Por eso, si vamos a vivir según la
nobleza de nuestro ser, tenemos que amar como Cristo.
Hoy es el Día de la Madre. Brindamos a nuestras madres primero por
darnos luz. En esta época de aborto
llevar a un bebé al término puede representar gran sacrificio. Pero aún más las celebramos a nuestras madres
hoy por darse a nosotros en el amor por toda nuestra vida. Esto es el tipo de amor que Jesús quiere que
demos a uno a otro. No vamos a hacerlo a todos con
la misma entrega e intensidad que tenemos para nuestras madres. Pero sí vamos a mostrar la disposición de
sacrificarnos por los demás. Es lo que
Jesús hizo por nosotros y lo que él pide qua hagamos por los demás.
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