El domingo, 9 de mayo de 2021

SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)

Estos días no sólo jóvenes dicen a sus novias: “Te amo”.  Las madres lo dicen a sus hijos y los esposos a uno a otro.  Los amigos y familiares frecuentemente lo repiten entre sí.  Las palabras traen el sentido de paz y bienestar. Sí puede ser usada tanto la frase que se haga trivializada.  No obstante, aun así proporciona un modo de satisfacción.

Ciertamente el amor entre personas casadas por veinte años o el amor de padres para sus hijos se difiere del amor profano.  El amor profano se asocia con la codicia.  La persona que profesa este amor tiene en mente su propio bien, no aquel del amado.  Sin duda es el caso cuando la persona dice: “Amo chocolate” o aun: “Amo Nueva York”.  También se indica el amor codicioso cuando se habla de “hacer el amor”.  Lo que importa a la persona que “hace amor” es el placer que recibe.  No le hace caso que el acto sea vicioso. 

En la segunda lectura el presbítero Juan hace el comentario intrigante que “Dios es amor”.  Quiere decir que como Dios nos hizo para compartir el bien de su ser, el amor verdadero es la disposición de darse por el bien del otro.  Cuando Jesús manda en el evangelio hoy que amemos los unos a los otros, tiene en mente este tipo de amor.  Se ve este amor en los adultos cuidando a sus padres ancianos.  Durante el confinamiento escuchábamos muchas historias de personas haciendo todas las tareas de sus padres para que no se expusieran al virus. 

Lo que impide este amor de Cristo es “el yo”.  Nos preocupamos de que, si nos involucramos en el servicio por el otro, perderíamos algo precioso a nosotros.  La pérdida podría ser salidas al recreo, la comodidad de tener los días libres, o la paz de mente cuando nos envolvernos en los problemas de otras personas.  Pero hay otra cosa en juego aquí. El yo siempre quiere más.  No se puede satisfacer su deseo para atención y admiración.  En lugar de tratar de colmar el apetito voraz del yo, deberíamos inculcar el primer principio de cristianismo.  El papa San Juan Pablo II dijo que el primer deber del cristiano es aceptar el amor de Dios. Convencidos de su amor, vamos a hacer todo necesario para unir a nosotros mismos con él.  Como Jesús no se cansa de decirnos en este Evangelio de Juan, tenemos que amar a uno a otro para tener la vida eterna.

El padre Henri Nouwen era tal vez el más reconocido escritor de la espiritualidad cristiana de la segunda mitad del siglo pasado.  Escribió montones de libros sobre el acercamiento a Dios.  Sus últimos escritos se enfocaron en la comunidad de jóvenes discapacitados en que vivió. Dijo que el discapacitado que ayudaba todos los días le enseñó una verdad imprescindible: la mente no hace a la persona imagen de Dios sino el corazón que deja la preocupación con sí mismo para darse al otro en el amor.  Por eso, si vamos a vivir según la nobleza de nuestro ser, tenemos que amar como Cristo.

Hoy es el Día de la Madre.  Brindamos a nuestras madres primero por darnos luz.  En esta época de aborto llevar a un bebé al término puede representar gran sacrificio.  Pero aún más las celebramos a nuestras madres hoy por darse a nosotros en el amor por toda nuestra vida.  Esto es el tipo de amor que Jesús quiere que demos a uno a otro.  No vamos a hacerlo a todos con la misma entrega e intensidad que tenemos para nuestras madres.  Pero sí vamos a mostrar la disposición de sacrificarnos por los demás.  Es lo que Jesús hizo por nosotros y lo que él pide qua hagamos por los demás.


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