EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
A menudo un pobre
llama la parroquia para pedir ayuda. No
pocas veces es madre con dos o tres hijos.
Dice que está en un hotel en otra parte de la ciudad. Necesita comidas, pañuelos, y dinero para
pagar renta. El párroco quiere ayudarle,
pero no puede darle todo lo que necesita.
Le pide que venga para comestibles y la refiere a las agencias con mejor
capacidad para ayudarle. Piensa el
párroco: “Si solo ella fuera conectada con la parroquia, habría más opciones
para ayudarle”.
Nos recuerda esta
mujer no conectada las palabras de Jesús en el evangelio hoy, “’Si permanecen
en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá’”. Aquellos que tienen una relación con Jesús
por la Iglesia, que es su cuerpo, tienen recursos en abundancia. En contraste, a aquellos que se olvidan de
Jesús a menudo les faltan los básicos.
No hablamos aquí solamente de cosas materiales para la
sobrevivencia. Lo que decimos es más
aplicable a las necesidades espirituales que son aún más esenciales. Éstas incluyen preceptos para restringir las
pasiones desenfrenadas y personas de modelo que nos muestran cómo vivir
rectamente. Sobre todo, la Iglesia tiene
la presencia de Cristo que sirve como lastre impidiendo nuestra nave de
hundirse.
En la primera lectura
vemos cómo la comunidad cristiana ayuda a Pablo. Recientemente convertido al Señor, Pablo no
se cansa de proclamarlo a todos. Cuando
su afán ofende a los judíos, miembros de la comunidad intervienen. Le arreglan el traslado a otra ciudad para
salvar su vida.
Logramos la conexión
con Jesucristo por tres maneras.
Primero, la lectura del evangelio nos trae sus mismas palabras. Estas palabras imparten su consejo, su
consuelo, y sus mandamientos. Se hacen
una base firme sobre que podemos construir nuestras vidas. Segundo, en la Iglesia tenemos los
sacramentos. Particularmente en el
Bautismo y la Eucaristía nos acompaña Cristo.
El Bautismo nos une con su muerte y resurrección. Sus aguas nos
transmiten la vida nueva de hijos de Dios destinados a la felicidad
eterna. La Eucaristía nos mantiene
conectados con Cristo con cada vez más sensibilidad y seguridad. Tercero, siempre
nos conecta con Jesús la oración.
En el evangelio hoy
Jesús recalca su presencia por los sacramentos.
Dice que él es como la vid permitiéndonos no sólo la vida como sus
sarmientos sino también la eficaz creciendo.
Jesús hace posible que amemos de verdad, como recomienda el presbítero
Juan en la segunda lectura, y no de lujuria o de codicia. Como Jesús dio su vida por nuestro bien,
nosotros podemos hacer sacrificios por los demás.
Un ejemplo de este
sacrificio es la historia de los misioneros de FOCUS. Son recientes graduados de la universidad que
dan al menos un año de servicio en los campos universitarios. Evangelizan, eso
es, cuentan a los jóvenes del amor de Dios.
Arraigados en la fe, los misioneros de FOCUS pueden conectar a los
estudiantes a Cristo. Un misionero de
FOCUS dice: “…un día en la misa me golpeó el hecho que estuvieron conmigo muy
pocos jóvenes. Mi corazón gritó por
ellos, y me di cuenta de que Dios quería que yo llevara a cuantos como posible
a la fe”.
En el mundo actual hay
tantos modos para conectarse con los demás que nos da vértigo. Cartas, emails, textos, teléfono, Facebook:
parece que la lista no termina. Los
modos para conectarse con el Señor son menos numerosos, pero tal vez más
eficaces. Podemos leer su palabra,
recibir los sacramentos, y rezar a él.
Nos conviene aprovecharnos de los tres para que no perdamos el
contacto. Leer la palabra, recibir los
sacramentos, y rezar nos mantienen conectados.
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