EL BAUTISMO DEL SEÑOR
(Isaías
42:1-4.6-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)
Los
lectores perspicaces del evangelio notarán las diferencias entre San Lucas y
San Mateo. Son particularmente evidentes
en las narrativas del nacimiento de Jesús.
En San Lucas el enfoque está en María, su madre. Entretanto San Mateo se enfoca en San José,
el esposo de María. En San Lucas María y
José viven en Nazaret antes del nacimiento de Jesús. En San Mateo la pareja vive en Belén.
En San Lucas los pastores vienen a adorar a Jesús recostado en un
pesebre. En San Mateo los magos
encuentran a Jesús en la casa de José. A
pesar de éstas y otras diferencias lo esencial de la historia es lo mismo en
las dos historias. María es virgen que
concibe a Jesús por obra del Espíritu Santo.
Jesús nace en Belén no en privado sino atendido por otras personas. Hay otra semejanza entre los dos evangelios
que se revela en el evangelio hoy. Es
sutil pero significativa.
Recordémonos
de la visitación de María a su parienta Isabel en el Evangelio de San
Lucas. Cuando María entra su casa
llevando a Jesús en su seno, Juan salta dentro del seno de su madre
Isabel. Este gesto muestra cómo Juan
reconoce la primacía de Jesús aunque todavía no ha nacido. Hay una correspondencia de este incidente en
el Evangelio de San Mateo. No en la narrativa del nacimiento de Jesús sino en
la de que hemos escuchado hoy. Cuando
Jesús se acude a Juan para ser bautizado, Juan reconoce a Jesús como
superior. Le dice a Jesús: “’Yo soy
quien debe ser bautizado por ti…’”
Juan
sabe que Jesús es “’…el que viene detrás de mí’” y que “’bautizará con el
Espíritu Santo y con fuego’.” En su
manera de ver, Jesús quemará a los pecadores y recompensar a los que tienen
corazón justo. Por eso, se pone inquieto
cuando Jesús le vino para el bautismo de los pecadores.
Aun
nosotros nos preguntamos: “¿Por qué Jesús quiere ser bautizado por Juan?” Él mismo nos da la respuesta: “’…porque es
necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere’”. Entonces, ¿por qué Dios lo quiere? No es como si tuviera pecados. No tiene ninguno. Ambos evangelistas se dan cuenta que Jesús se
concibió por obra del Espíritu Santo sin pecado desde el primer momento de su
existencia. Pero Dios quiere que Jesús
se meta entre nosotros pecadores para que nos guíe a la salvación. Es como cuando el papa Francisco manda a los
sacerdotes que salgan de sus rectorías para meterse entre su gente.
Quiere que los párrocos conozcan la realidad de sus greyes para que
puedan darles el apoyo espiritual que requieren.
En la
Segunda Carta a los Corintios San Pablo escribe algo que nos asombra. Dice que “(Jesús) que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él”. Hay la misma dinámica funcionando
aquí. Jesús es bautizado por Juan para
entrar profundamente en la condición humana.
Entonces, va a convertir los corazones humanos a los modos de Dios. Donde Juan espera que el mesías convierta a
los hombres con palabras fogosas y acciones drásticas, Jesús tiene otro modo
hacerlo. Su acercamiento será más suave a
la gente y más coherente con el amor de Dios Padre.
No es
por nada que Dios Padre aprueba a Jesús al final de la lectura. Dice: “’Esto es mi Hijo muy amado, en quien
tengo mis complacencias”. Por la entrega
de su propia vida Jesús mostrará la grandeza del amor de Dios Padre para el
mundo.
En la
primera lectura el profeta dice del siervo de Dios: “’…no romperá la caña
resquebrajada…’’ Este es Jesús que será siempre misericordioso con los hombres
porque ha entrado la condición humana.
Conoce nuestra tendencia de pecar y nuestra culpa por haber pecado. No viene para consentirnos sino para
enseñarnos mejores modos de actuar, los modos de Dios Padre. Quiere que cada uno de nosotros escuche al
Padre decirle a él o a ella: “’Esto es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis
complacencias’”.
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