El domingo, 12 de enero de 2020


EL BAUTISMO DEL SEÑOR

(Isaías 42:1-4.6-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)

Los lectores perspicaces del evangelio notarán las diferencias entre San Lucas y San Mateo.  Son particularmente evidentes en las narrativas del nacimiento de Jesús.  En San Lucas el enfoque está en María, su madre.  Entretanto San Mateo se enfoca en San José, el esposo de María.  En San Lucas María y José viven en Nazaret antes del nacimiento de Jesús.  En San Mateo la pareja vive en  Belén.  En San Lucas los pastores vienen a adorar a Jesús recostado en un pesebre.  En San Mateo los magos encuentran a Jesús en la casa de José.  A pesar de éstas y otras diferencias lo esencial de la historia es lo mismo en las dos historias.  María es virgen que concibe a Jesús por obra del Espíritu Santo.  Jesús nace en Belén no en privado sino atendido por otras personas.  Hay otra semejanza entre los dos evangelios que se revela en el evangelio hoy.  Es sutil pero significativa.

Recordémonos de la visitación de María a su parienta Isabel en el Evangelio de San Lucas.  Cuando María entra su casa llevando a Jesús en su seno, Juan salta dentro del seno de su madre Isabel.  Este gesto muestra cómo Juan reconoce la primacía de Jesús aunque todavía no ha nacido.  Hay una correspondencia de este incidente en el Evangelio de San Mateo. No en la narrativa del nacimiento de Jesús sino en la de que hemos escuchado hoy.  Cuando Jesús se acude a Juan para ser bautizado, Juan reconoce a Jesús como superior.  Le dice a Jesús: “’Yo soy quien debe ser bautizado por ti…’”

Juan sabe que Jesús es “’…el que viene detrás de mí’” y que “’bautizará con el Espíritu Santo y con fuego’.”  En su manera de ver, Jesús quemará a los pecadores y recompensar a los que tienen corazón justo.  Por eso, se pone inquieto cuando Jesús le vino para el bautismo de los pecadores.

Aun nosotros nos preguntamos: “¿Por qué Jesús quiere ser bautizado por Juan?”  Él mismo nos da la respuesta: “’…porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere’”.  Entonces, ¿por qué Dios lo quiere?  No es como si tuviera pecados.  No tiene ninguno.  Ambos evangelistas se dan cuenta que Jesús se concibió por obra del Espíritu Santo sin pecado desde el primer momento de su existencia.  Pero Dios quiere que Jesús se meta entre nosotros pecadores para que nos guíe a la salvación.  Es como cuando el papa Francisco manda a los sacerdotes que salgan de sus rectorías para meterse entre su  gente.  Quiere que los párrocos conozcan la realidad de sus greyes para que puedan darles el apoyo espiritual que requieren.

En la Segunda Carta a los Corintios San Pablo escribe algo que nos asombra.  Dice que “(Jesús) que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.  Hay la misma dinámica funcionando aquí.  Jesús es bautizado por Juan para entrar profundamente en la condición humana.  Entonces, va a convertir los corazones humanos a los modos de Dios.  Donde Juan espera que el mesías convierta a los hombres con palabras fogosas y acciones drásticas, Jesús tiene otro modo hacerlo.  Su acercamiento será más suave a la gente y más coherente con el amor de Dios Padre.

No es por nada que Dios Padre aprueba a Jesús al final de la lectura.  Dice: “’Esto es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”.  Por la entrega de su propia vida Jesús mostrará la grandeza del amor de Dios Padre para el mundo.

En la primera lectura el profeta dice del siervo de Dios: “’…no romperá la caña resquebrajada…’’ Este es Jesús que será siempre misericordioso con los hombres porque ha entrado la condición humana.  Conoce nuestra tendencia de pecar y nuestra culpa por haber pecado.  No viene para consentirnos sino para enseñarnos mejores modos de actuar, los modos de Dios Padre.  Quiere que cada uno de nosotros escuche al Padre decirle a él o a ella: “’Esto es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias’”.


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