SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO, 19 de enero de 2020
(Isaías
49 3.5-6; Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)
Durante
la temporada navideña el mundo entero llama a Jesús “el príncipe de la paz”. ¿Y por qué no? Este título, que es bíblico, se ha dicho de
Jesús desde la antigüedad. También la
paz es un valor universal. Al menos,
todos dicen que desean la paz. Sobre
todo, no le cuesta a nadie nada llamar a Jesús “príncipe de la paz”. En contraste, en el evangelio hoy Juan lo
llama por un título que implica compromiso de parte de la persona.
Cuando
ve a Jesús, Juan exclama: “’Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado
del mundo’”. Los cristianos del primer
siglo entenderían que por llamar a Jesús así, se lo proclama como su
salvador. Recordarían cómo los primogénitos de los israelitas en Egipto
fueron salvados por la sangre del cordero puesta en las puertas de sus casas
cuando pasaba el ángel de la muerte. Así
mismo la sangre de Jesús salva a personas a través del mundo de las
consecuencias de sus pecados. Hay una
pintura famosa de la crucifixión con la figura de Juan Bautista parada al pie
de la cruz. Cuando la vemos, nos
preguntamos: “Juan fue matado antes de Jesús, ¿no es verdad?’” Claro que sí.
Pero el pintor quiere mostrar el momento en que Jesús cumple la profecía
de Juan de este evangelio. Por su sangre
derramada en la cruz Jesús salva a sus discípulos de la nada de la muerte.
Pero
primero tenemos que reconocernos como pecadores necesitando la salvación. Muchos no ven sus obras como malas aunque
sean tan atroces como abortar a un bebé.
Otros hallan satisfacción en ser conocidos como pecadores. Les gusta considerarse como traviesos,
renegados, o aún malos. Sí, Jesús vino
para salvar a los pecadores. Pero los
pecadores tienen que arrepentirse de sus faltas. Desgraciadamente en el mundo hoy muchos
prefieren reclamar la autonomía para sí mismos más que pedir perdón de sus
pecados.
La
autonomía es un valor contemporáneo que no es mala en sí pero llevada al
extremo puede causar daño. La autonomía
significa el poder a determinar lo que es bueno para sí mismo. La autonomía nos permite a hacernos hombres y
mujeres de negocio y no maestros como nuestros padres. En la historia la autonomía siempre ha
presumido que la persona siga la ley de Dios en hacer sus determinaciones. Pero ahora la autonomía tiene un sentido casi
absoluto. La persona piensa que puede
hacer todo lo que quiera siempre que no choque con la ley civil. Si quieres echar palabras racistas, la
autonomía te da permiso hacerlo. Si
quieres empezar nueva iglesia con ti mismo como cabeza, la autonomía igualmente
te lo permite.
Esta
semana recordamos tres eventos no relacionados pero significativos para
todos. Cada uno sugiere un pecado social
de que deberíamos pedir el perdón de Dios.
Pero por la autonomía exagerada muchas personas negarán la
culpabilidad. El primer evento es el
cumpleaños de Martin Luther King, el campeón de los derechos civiles. Era profeta que llamó a la gente de todas las
razas a respetar la dignidad de uno y otro.
Sin embargo, todavía algunos desprecian a personas cuya piel tiene matiz
diferente.
También
esta semana recordamos la decisión de la Corte Suprema para legalizar el
aborto. Para algunos no les importa que
la criatura en el seno sea persona humana.
Reclaman para la madre la autonomía a terminar la vida de su niño. Ciertamente es muy difícil dar a luz un
bebé. Por eso, las mujeres embarazadas
necesitan el apoyo y el acompañamiento cada paso del proceso.
Ayer
comenzamos la semana de la oración para la unidad cristiana. A pesar de que Jesús reza en el evangelio que
sus discípulos se queden unidos, las divisiones entre los cristianos siguen
creciendo. Hay muchas razones para la
desunión incluyendo la arrogancia de cleros católicos. Pero ciertamente el sentido de la autonomía
ha dado a los individuos permiso formar comunidades de fe en contradicción a la
voluntad de Cristo.
Algunos
piensen que el mes de enero es para instalarse de nuevo a la rutina. Sin embargo, ahora enfrentamos tres eventos
especiales que llaman nuestro compromiso.
Sí, podemos negarlas. Pero eso
sería negar a nuestros pecados. En efecto, sería negar a Jesús como el cordero
que nos salva del pecado.
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