XVII DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes 3:5-13; Romanos 8:28-30; Mateo 13:44-52)
El hombre quiere describe el calor de julio en Kansas. Dice: “Toma tu secadora de mano. Viértela a caliente. Y viértela a alta. Ahora voltéala para que sople en tu cara. Así es el calor de julio en Kansas”. Casi podemos sentir el aire acalorado, ¿no? En la misma manera Jesús ocupa las parábolas para que sintamos la maravilla del Reino de Dios.
Dice el Señor que el Reino de Dios es como “un tesoro escondido en un campo”. ¿Quién esconderá un tesoro en un campo?, queremos preguntar. Ahora en el tiempo de cerraduras y bancos, nadie lo hará. Pero en el tiempo antiguo cuando los ladrones podían dejar la casa limpia de cualquier objeto de valor, los dueños solían enterrar sus tesoros en un rinconcito marcado del campo. Una mejor pregunta para nosotros es: ¿Qué es nuestro tesoro?
A lo mejor cada uno define su tesoro en una manera individua. Pero podemos abstraer algunos constantes para los diferentes grupos de edad. Los jóvenes buscan como su tesoro a un compañero de vida que es bondadoso, honrado y, sobre todo, guapo. A los adultos les importa la estabilidad. Quieren ingresos que proveen las necesidades de la casa y una casa donde la familia vive tranquila. Los mayores se preocupan por la salud. Desean evitar el dolor en cuanto posible. Y cuando venga su tiempo para dejar la vida, rezan que la muerte sea tan rápida como posible.
En la antigüedad antes de Cristo se consideraba la sabiduría como el tesoro más precioso. Valía la pena vender todo lo que se tenía para hacerse sabio. Con la sabiduría el joven aprende que la belleza no es la cualidad más importante para buscar en el otro sino la capacidad de amar: eso es, la voluntad de poner el bien del cónyuge primero. La sabiduría enseña al adulto para conservar tanto espiritual como materialmente. El sabio ahorra un poco cada pago y restringe sus males humores para crear la harmonía en la casa. El viejo se aprovecha de la sabiduría por vigilar su consumo de calorías y grasas y por tomar ejercicio regularmente.
Jesús viene reemplazando la sabiduría con el Reino de Dios. No es que los dos difieran mucho; pero el Reino ofrece un matiz más contundente. El Reino de Dios mueve al joven buscar primero en un novio o una novia el amor para Dios: que él o ella no haría nada ofensiva al Señor. Le conduce al adulto a confiar en Dios como el cimiento de su casa por guardar sus mandamientos, venga lo que venga. Al mayor el Reino exige una entrega completa: que acepte cada día como un regalo de Dios y el sufrimiento como modo de aportar la salvación del mundo.
Nosotros cristianos reconocemos a Jesús mismo como el cumplimiento del Reino de Dios. Cuando abrazamos a él como nuestro salvador, se nos acoge en el Reino de su Padre. Podemos proponer una parábola para explicar esto. La vida es como un viaje en avión. Algunos de nosotros están en vía a la playa y otros a negocio. Todos nosotros nos hemos acomodado en asientos de ventana para escondernos, en cuanto posible, de los demás gentes. Entonces interrumpe nuestra concentración un hombre preguntando si podría sentarse en el asiento a nuestro par. Es de media altura y peso; tiene una barbita sobre una cara fuerte con ojos que brillan como diamantes; se viste de un traje nítido pero no lujoso. Después del intercambio de algunas cortesías, entramos en una conversación con el compañero. Es increíblemente atento. Se da cuenta de cada inquietud nuestra y nos muestra la comprensión. Nos asegura que todo saldrá bien si o no encontramos la pareja de nuestros sueños. Nos ofrece su número celular si jamás sentimos sobrecargado con preocupaciones. Nos aconseja a no lamentar la vejez sino aprovechárselo como tiempo de respiro. De repente, saca de su mochila un bolillo de pan y una botella de vino y se nos ofrece. Explica que aunque parece poco, nos fortalecerá muchísimo. Tomando los alimentos, nos sentimos renovados. Decidimos que no importa el propósito de nuestro viaje hasta ahora. Cuando aterrizamos, vamos a cambiar nuestro programa para seguir a nuestro compañero. Pero antes de esto vamos a decirles a las otras personas en el avión cómo este hombre nos ha ayudado.
Otra parábola: Jesús es como piedra. Cuando somos jóvenes, él es el diamante más precioso a darse a nuestra novia. Como adultos él es el cimiento del amor sobre que construimos nuestra casa. Y cuando nos ponemos viejos, él es la Roca para siempre que abrazamos cuando sopla el aire de la muerte. Jesús es la Roca para siempre.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
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