El domingo, 9 de octubre de 2011

EL XXVIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

¿A dónde va el tiempo? Acabamos de tener un cambio de estaciones. ¿A dónde fue el verano? Anticipamos un nuevo ciclo de fiestas: el Día de los Muertos, el Día de Acción de Gracias, el Día de la Virgen, la Navidad y el Año Nuevo, el Miércoles de Ceniza y la Pascua. ¿A dónde han ido estas fiestas del pasado? Las lecturas de la misa hoy nos provee una respuesta a nuestros interrogantes.

El gran pensador san Agustín escribió: “Si no me preguntan, sé lo que es el tiempo. Pero si me preguntan, no lo sé.” Como la realidad, el concepto del tiempo es ilusivo. Parece como una dimensión de la existencia material como lo largo, lo ancho, y lo alto. Sin embargo, distinto de las extensiones del espacio parece que el tiempo no permite que se adelante y se retroceda. No obstante, en algunos sentidos el tiempo deja sus huellas. Los geólogos ven lo que ha pasado por las etapas de materias en las formaciones de roca. Asimismo, un abogado asegura que las experiencias del pasado marcan la cara de modo que se pueda conocer la persona por estudiar su faz. Según él, rayas en la mandíbula significan que la persona ha sufrido y una frente alta indica la inteligencia.

Por supuesto cada humano tiene la memoria para recuperar el pasado. Aunque no permite que cambiemos los sucesos, al menos nos facilita un mejor entendimiento de lo que ha tenido lugar. Más al caso, el alma nos lleva tanto al pasado como el futuro. Pues, es el alma que escoge hacer lo bueno o lo malo. Por eso, algunos parecen acongojados porque soportan el peso de pecados pasados. Entretanto otros esperan el futuro con calma porque siempre han tratado de complacer al Señor.

La primera lectura y también el evangelio manifiestan los resultados de la elección del alma. Describen el banquete de Dios al final de los tiempos. En la mesa se sientan todos los que han optado por Dios. Se ve la confluencia de los tiempos con los antiguos conversando con los modernos. Podemos imaginar conversaciones entre tales personajes como Einstein y Aristóteles o Mahatma Gandhi y San Pablo. No son espíritus porque la resurrección de los muertos habrá tenido lugar. Además, necesitarán sus cuerpos para disfrutarse de los “vinos exquisitos y manjares sustanciosos” de que escribe Isaías.

El banquete no es exactamente un premio de ser bueno; más bien refleja la bondad de Dios hacia Su familia. Por esta razón, nos sorprendemos cuando se echa afuera un convidado por no llevar traje de fiesta. Pero el vestido no es de lujo de modo que los pobres no puedan comprarlo. Realmente es algo que se pueda proveer en la puerta como en las iglesias de Roma se da a las turistas un rebozo para cubrir sus brazos. El traje de fiesta representa una vida de obras buenas que se esperan de los hijos de Dios. No llevarlo es como haber desgastado la vida. Es decir – como Jesús advierte que no se haga – “Señor, Señor” sin poner en práctica sus palabras.

Al final de un cine todos los personajes se encuentran en iglesia recibiendo la Santa Comunión. Están allí tanto los que murieron en el drama como los vivos, tanto los que estaban en la pantalla sólo dos minutos como los principales, tanto los que tienen frentes altas como Einstein como los que lleva la calma. “¿A dónde va el tiempo?” Según este cine se va llevando a todos para dar culto al Señor. El tiempo lleva a todos al culto al Señor.

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