El domingo, 11 de septiembre de 2011

EL XXIV DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 27:33-28.9; Romanos `14:7-9; Mateo 18:21-35)

Es cinco y media de la tarde. Sientes estresado, frustrado, airado. Pues has estado estancado en el tránsito por casi quince minutos. Entonces la radio anuncia su selección del día para “la cura de cólera de camino”. De repente te alivias. Vas a escuchar música que vuelve la furia en la paz. Asimismo en la primera lectura hoy el sabio Sirácide amonesta remedios para el rencor.

Sirácide vivió unos dos cientos años antes de Cristo. En su tiempo muchos judíos estaban adoptando las costumbres de los griegos que tomaron poder de Israel. Sirácide quería enseñar al pueblo la superioridad del judaísmo a la filosofía helenista. Aunque los griegos tenían el estoicismo enfatizando el control sobre las emociones, los judíos brindan un motivo mejor. El judío dominará el rencor para recibir la salvación de Dios.

Pero ¿siempre es malo el enojo? Se confiesa el enojo como pecado tanto que vale la pena tratar el tema. El enojo es una emoción. Es cómo se responde a la injusticia que se siente. Como tal, ¡no es pecado! Pero cuando se permite que el enojo desborde en la cólera, la ira, o el rencor que haría la injusticia en torno, se hace pecaminoso. De hecho, porque la ira puede desempeñarse pronto en golpes no autorizados o aun en el asesinato, se considera uno de los pecados capitales.

Como todo pecado, el rencor hace daño al sujeto tanto como a los demás. Y no sólo le amenace la relación con Dios. También perjudica al enojón en modos perceptibles. Se ha vinculado el rencor con dolores de cabeza, el desorden del sueño, la alta presión de sangre, y otras patologías. A veces la persona rencorosa se pone tan agresiva que hace daño a sí mismo. Se ha reportado que hombres y mujeres se han lesionado a sí mismos reaccionando violentamente a una máquina expendedora.

Ahora conmemoramos la muerte de casi tres mil norteamericanos inocentes hace diez años por las manos de diecinueve terroristas musulmanes. Ciertamente Osama ben Laden y sus tenientes merecieron una respuesta firme por sus papeles en el ultraje. Pero ¿fueron necesarias la invasión de Irak y la negación de los derechos de muchos musulmanes por un tiempo extendido? Es posible que el gobierno estadounidense haya reaccionado con el rencor por los ataques del 11 de septiembre causando dificultades a sus propios ciudadanos.

En el evangelio Jesús nos exhorta a perdonar a aquellos que nos ofenden. Desgraciadamente en el caso de once de septiembre no queda nadie a perdonar. La organización terrorista de Osama ben Laden nunca se ha arrepentido del crimen pero sigue sembrando maldades. Sólo nos toca a rezar con el perdón como un aire en nuestros corazones deseando a brotar en una brisa refrescante. En primer lugar rezamos por todas las víctimas – por los muertos de once de septiembre de 2001 sí y también por los militares que dieron sus vidas en las represalias justas, y por los no combatientes que murieron en Irak y Afganistán. Entonces, oramos por los terroristas que pidan perdón por sus crímenes. Finalmente rezamos por nosotros mismos que en la búsqueda de la justicia no caigamos en la ira.

“No hay paz sin la justicia”, dijeron los profetas de antigüedad. Es cierto, pero el papa Juan Pablo II mejoró este dicho significativamente. Conociendo la naturaleza humana, el papa añadió: “No hay justicia sin el perdón”. Sin el perdón estamos estancados en el rencor como si fuera el tránsito de las cinco y media de la tarde. Sin el perdón el enojo se puede desbordar en la furia causando homicidios. Sin el perdón no se recibe la salvación de Dios.

1 comentario:

Carlos Rojas dijo...

Padre Carmelo excelente comentario de la Palabra de Dios.
Un abrazo desde Costa Rica

P. Carlos Humberto Rojas