CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
(Samuel
16:1-6.10-13; Efesios 5:8-14; Juan 9:1-41)
Si vas a
Florencia, querrás ver la imagen de David por Miguel Ángelo. Es, tal vez, la obra de arte más celebrada en
esa ciudad de bella arte. Al mirar su
magnificencia, preguntas por qué los estudiantes de la Biblia, incluyendo a
Miguel Ángel, han considerado a David tal grande figura. ¿No cometió adulterio y arregló la muerte del
esposo de su amante? Sí, es cierto;
David era gran pecador. Pero también era
guerrillero valiente que conquistó muchas tierras por Israel. Esto no es la única ni la mayor razón para
grabar en mármol su figura. David también era persona de gran fe. Desde juventud el corazón de David perteneció
a Dios. Nunca dejó el culto a Dios para
adorar a otros dioses. Más bien en
varias ocasiones demostró la profundidad de su fe. El evangelio hoy traza la trayectoria de la
fe de otro personaje bíblico, el hombre nacido ciego.
Primero, debemos
preguntar: ¿qué es la fe? ¿Es
simplemente la creencia en la existencia de la vida espiritual más allá que ven
nuestros ojos? Esto no es suficiente porque
la fe exige adhesión a uno de los varios espíritus en las Escrituras. ¿Es la fe entonces el empeño de hacer todo lo
que pueda por otras personas? Esto suena
más como el amor que brota de la fe verdadera.
La fe, al menos para nosotros cristianos, es confianza en Dios como
creador y salvador. Además, la fe ve a
Jesucristo como “luz del mundo”; eso es, el medio a través de que se revela el
amor de Dios.
El hombre
nacido ciego no nace con la fe; la adquiere gradualmente. Su primer paso a la fe es reconocer a Jesús
como su bienhechor. Vivía en las
tinieblas de la ceguera cuando Jesús le cubrió los ojos con lodo y lo mandó a
la piscina para lavarse. Ahora da
testimonio a los fariseos que Jesús fue responsable para su vista. Él es como otras personas que mueven hacia la
creencia en Dios cuando encuentran a un santo o santa.
La fe del
hombre hace un paso adelante cuando reconoce a Jesús como profeta. Al reflexionar en su recibimiento de la
vista, el hombre intuye que Jesús fue llamado por Dios. Muchos en el mundo hoy
ven a Jesús como profeta. Lo respetan
como otro Lincoln, Gandhi o Martin Luther King.
Sin embargo, no sienten la necesidad de someterse a un profeta con mente
y corazón como es necesario a Dios. Por
supuesto, a los fariseos Jesús no es un profeta; más bien es “un pecador”. Por eso, echan fuera de la sinagoga al que ha
venido a ver con más claridad que nunca.
Ahora el
hombre nacido ciego alcanza la vista plena.
Cuando Jesús se identifica como el Hijo del hombre, eso es, él a quien
Dios le ha dado dominio sobre el mundo, lo adora. La fe reconoce en Jesús él que merece la
confianza completa porque viene a salvar al mundo de pecado y muerte. El evangelio hábilmente muestra esta venida a
la fe por yuxtaponerla con la pérdida de fe de parte de los fariseos. El hombre nacido en las tinieblas físicas
ahora ve espiritualmente veinte-veinte porque ha puesto fe en Jesucristo. Entretanto los fariseos, que tenían la vista
física al nacimiento, ya andan por las tinieblas espirituales porque no creen en
Jesús.
Cuando
hablamos de la fe en Jesús como luz del mundo, deberíamos tener en mente una lumbrera
fuerte e intensa. Como el láser, él nos
cura de nuestros defectos morales. Como
un faro, él nos guía alrededor rocas y vórtices de la vida a la salvación. Como el sol, él nos provee la vida; eso es,
la vida eterna.
PARA LA
REFLEXIÓN: Describe tu viaje de fe.
¿Cómo has llegado a la fe en Dios como salvador y en Jesús como el que
reveló el amor de Dios Padre al mundo?
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