Primer Domingo de Pascua
(Hechos
10:34a.37-43; Colosenses 3:1-4 [o I Corintios 5: 6b-8]; Romanos 6:3-11, Lucas
24:1-12)
Una vez muchos
cristianos llevaban ropa nueva al Domingo de Pascua. Si no tenían vestido o traje nuevo al menos
se les ponían nuevo sombrero o corbata.
Los artículos nuevos reflejaban la creación nueva en la gracia que la
resurrección de Jesús realizó en nosotros.
Ahora no practicamos esta costumbre como antes. No obstante deberíamos reconocer cómo hemos
estado preparados para un modo nuevo de vivir.
Podemos ver las acciones de las mujeres en el evangelio hoy como pistas de
la vida nueva.
Las
mujeres forman un grupo de al menos cuatro o cinco personas. Van al sepulcro de Jesús “muy de mañana” como
gente ansiosa a servir. Quieren hacer una
obra de misericordia: tratar el cuerpo de Jesús para un sepelio digno. Por su acto bueno y comunal atenúan la
desolación de su muerte. Este tipo de amor
en acción debería ser parte regular de la vida nueva de nosotros.
Sin
embargo, cuando llegan al sepulcro las mujeres no ven las cosas como anticipaban. La piedra ha sido retirada. Más extraño aún, no está el cadáver de
Jesús. Entonces se les presentan dos
ángeles anunciando que Jesús ha resucitado.
Las mujeres tardan a aceptar el mensaje.
Pero cuando los ángeles les recuerdan de las palabras de Jesús, lo dan
su creencia. Aquí está la segunda acción
que vale nuestra imitación: la fe innegociable en la resurrección.
Como
discípulos verdaderos de Jesús las mujeres no quieren guardar la buena nueva a
sí mismas. Tan pronto que lleguen del
sepulcro, anuncian la resurrección a los Once y los demás discípulos. Este anuncio comprende otra lección para
nosotros. Que nosotros no fallemos
contar a otras personas la buena nueva de la resurrección de la muerte.
Desgraciadamente
los hombres consideran a las mujeres como locas. No les importa que entre ellas estén las
mismas mujeres que les han apoyado desde la misión en Galilea. Tampoco les importa que ellas hayan comprobado
su afecto para Jesús por la atención a su cadáver. Ellas encuentran no sólo el rechazo sino
también las burlas. Ésta forma aún otra
enseñanza para nosotros. Como las
mujeres queremos ser firmes en la fe e insistentes en proclamarla.
Vivimos
en una época cuando muchos no más creen en la resurrección de la muerte. Aun si dicen que hay una vida más allá de la muerte,
muchos no hacen nada para preparársela.
No oran ni buscan la justicia.
Más bien viven por gran parte para satisfacer sus propios deseos. A esta generación nosotros tenemos que
anunciar la resurrección. Tenemos que
superar la timidez para decirle que el resucitado nos ha cambiado. Ya vivimos en conforme a él. Y las tentaciones del mundo – sean el sexo
fuera del matrimonio, la flojera de prestar la mano en una causa justa, o las
estafas para acumular dinero – no van a desviarnos del camino a la gloria.
Hay
muchos símbolos para la Pascua. La
mariposa significa la libertad de la muerte.
Los huevos pintados representan la vida nueva que está emergiendo. La cruz con manto colgado de sus brazos
especialmente me llama la atención. Me
dice que la muerte ha sido atenuada no por sólo un rato sino para siempre. Me recuerda que Jesús ha resucitado a la
gloria. Y me llena de la esperanza de
seguirlo.
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