DOMINGO DE
RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
(Isaías 50:4-7; Filipenses 26-11; Lucas 22:14-23:49)
Cada uno
de los cuatro evangelios presenta a Jesús con un matiz distinto. El Evangelio de San Juan lo describe como el
rey divino. El Evangelio de Marcos da un
retrato de Jesús como maestro del Reino de Dios, y el Evangelio de Mateo como
el legislador supremo. El Evangelio
según San Lucas, que leemos en la mayoría de los domingos este año, también
tiene su perspectiva propia. En ello
Jesús se ve sobre todo como un hombre justo y amistoso. Lucas no niega que Jesús es profeta y mesías,
pero destaca las características más humanas como la compasión. Vemos estos
rasgos alcanzando una cumbre en la historia de su Pasión.
En la
cena antes de su ordalía de sufrimiento Jesús muestra gran aprecio para sus
discípulos. Les felicita por haber
preservado con él en sus pruebas y les promete el Reino. Aparece Jesús particularmente gracioso en el
Monte de Olivos. Primero le da a Judas
la oportunidad de reconsiderar lo que está haciendo cuando lo llama por
nombre. “’Judas – le dice -- ¿con un
beso entregas al Hijo del hombre?’” Desgraciadamente el malvado no puede
aprovecharse de la señal. La gran bondad
de Jesús se hace aún más palpable cuando su discípulo corta la oreja del criado
con espada. Sólo en Lucas Jesús se digna
para sanar la herida.
Guardado
en la casa del sumo sacerdote, Jesús hace otro gran gesto de gracia. Después de que Pedro lo niega, Jesús lo
mira. Inmediatamente Pedro recuerda cómo
Jesús le dijo que iba a negarle tres veces antes de que cante el gallo. La mirada le da a Pedro oportunidad de darse
cuenta de su pecado. Por eso, llora
profusamente. Muy posible también con la
mirada Pedro recuerda la otra parte de la predicción de Jesús. Le dijo en la Última Cena que había rezado
por Pedro de modo que su fe no desfalleciera.
En el
camino a la Calavera Jesús demora un minuto para dirigirse a las mujeres que
lo siguen. Ellas lloran por él, pero él
les consuela, al menos un poquito. Les
dice que en lugar de entristecerse por él, ellas deberían pensar en sus propios
hijos. En su crucifixión Jesús se
muestra como amigo de todos y de cada uno.
Reza a Dios Padre por sus verdugos y hace una excusa por sus acciones
injustas: “’…no saben lo que hacen.’” En
cuanto nuestros pecados han contribuido a la muerte del Señor, Jesús reza por
nosotros también. Al malhechor crucificado
con él que reconoce su delito Jesús tiene aún mejor beneficio. Cuando el criminal le pide que le recuerde
cuando llegue a su Reino, Jesús le responde con la promesa de la vida eterna.
Queremos
recordar que Jesús es nuestro amigo. Podemos
contar con él en cualquier apuro donde nos encontramos. En la tristeza, nos consuela. En el pecado, nos perdona. En la herida, nos sana. Y en la desesperación, nos promete el premio
eterno. Sólo tenemos que arrepentirnos
del pecado y volvernos a él.
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