El domingo, 7 de abril de 2019


EL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

(Isaías 43:16-21; Filipenses 3:7-14; Juan 8:1-11)


 Sólo quedaron dos allí: la miserable y la Misericordia”.  San Agustín describió la última escena en el evangelio hoy así.  La mujer humillada por su pecado enfrenta al Señor del amor.  Ella no tiene que temer un fallo desatinado.  Pues Jesús es hombre justo.  Pero ¿podrá tolerar la pena que su delito merece?  Jesús ve que ha sufrido bastante por la desgracia de los escribas y fariseos.  Por eso, le permite irse.

Todos nosotros deberíamos imaginarnos en el lugar de la adúltera viendo a Jesús cara a cara.  Una vez u otra todos nosotros hemos hecho algo despreciable, algo que lamentamos.  Pudiera haber sido maltratar a una persona ingenua o, tal vez, fallar a persona que siempre nos hacía bien.  He encontrado a varios hombres que habían dejado sus familias.  Una vez encontré a una mujer que había asesinado a su marido.  Espero que nadie aquí haya hecho algo tan atroz.  No obstante, como la adúltera en el evangelio vemos a Jesús con la culpa en nuestro corazón. 

No queremos escabullarnos de Jesús porque vemos en su cara la misericordia.  Vamos a escucharlo perdonarnos.  Como él dice a la mujer miserable, nos repite a nosotros: “Tampoco yo te condeno”.  Él no vino a condenar sino a salvar.  Nos quita la culpa para que caminemos libremente haciendo cosas buenas por los demás.  Recibimos este perdón en el Sacramento de la Reconciliación donde nos confesamos los pecados.

No obstante pasa que a veces no nos sentimos la liberación de nuestro pecado insidioso.  La culpa aunque sea perdonada se ha consolidado en la vergüenza.  Como resultado, no nos sentimos dignos de congregarnos entre gente buena.  Andamos cabizbajos y deprimidos.  Algunos describen esta postura como la incapacidad de perdonar a nosotros mismos. 

¿No es que esta condición venga de la vanidad?  ¿No es que estemos exagerando nuestra propia bondad?  En realidad todos somos pobres pecadores en necesidad de la gracia de Jesucristo.  Ciertamente Pablo tiene el espíritu correcto cuando dice en la segunda lectura: “…todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él…”  ¿Qué importa si hemos violado nuestros principios si ya hemos recibido el perdón de Jesucristo?

Sin embargo, queda una cosa.  Después de perdonar a la mujer sorprendida en el adulterio, Jesús le imparte un mandato.  Ella no debe volver a pecar.  Por la gracia del perdón estamos fortalecidos a hacer cosas buenas, no cosas malas.  Aunque nos parece imposible no mirar de nuevo la pornografía o no participar más en el chisme, tenemos que hacer todo esfuerzo para evitar estas cosas.  Para aprovecharnos de su apoyo, podemos rezar a Dios.  Él nos dice en la primera lectura: “No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo”.

Se llaman estas dos últimas semanas antes de la Pascua “el tiempo de la Pasión”.  Hace cincuenta años todas las imágenes en el templo fueron cubiertas durante este período.  Esta práctica no más es necesaria.  Pero nos queda algo más importante aún.  Si nos lo hemos hecho todavía esta cuaresma, que busquemos la misericordia de Jesús en el Sacramento de la Reconciliación.  Particularmente si nos encontramos en pecado grande, que busquemos su misericordia.

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