EL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
(Isaías
43:16-21; Filipenses 3:7-14; Juan 8:1-11)
“Sólo quedaron dos allí: la miserable y la
Misericordia”. San Agustín describió la
última escena en el evangelio hoy así.
La mujer humillada por su pecado enfrenta al Señor del amor. Ella no tiene que temer un fallo desatinado. Pues Jesús es hombre justo. Pero ¿podrá tolerar la pena que su delito
merece? Jesús ve que ha sufrido bastante
por la desgracia de los escribas y fariseos.
Por eso, le permite irse.
Todos
nosotros deberíamos imaginarnos en el lugar de la adúltera viendo a Jesús cara
a cara. Una vez u otra todos nosotros
hemos hecho algo despreciable, algo que lamentamos. Pudiera haber sido maltratar a una persona ingenua
o, tal vez, fallar a persona que siempre nos hacía bien. He encontrado a varios hombres que habían dejado
sus familias. Una vez encontré a una
mujer que había asesinado a su marido. Espero
que nadie aquí haya hecho algo tan atroz.
No obstante, como la adúltera en el evangelio vemos a Jesús con la culpa
en nuestro corazón.
No
queremos escabullarnos de Jesús porque vemos en su cara la misericordia. Vamos a escucharlo perdonarnos. Como él dice a la mujer miserable, nos repite
a nosotros: “Tampoco yo te condeno”. Él
no vino a condenar sino a salvar. Nos
quita la culpa para que caminemos libremente haciendo cosas buenas por los
demás. Recibimos este perdón en el
Sacramento de la Reconciliación donde nos confesamos los pecados.
No
obstante pasa que a veces no nos sentimos la liberación de nuestro pecado
insidioso. La culpa aunque sea perdonada
se ha consolidado en la vergüenza. Como
resultado, no nos sentimos dignos de congregarnos entre gente buena. Andamos cabizbajos y deprimidos. Algunos describen esta postura como la
incapacidad de perdonar a nosotros mismos.
¿No es
que esta condición venga de la vanidad?
¿No es que estemos exagerando nuestra propia bondad? En realidad todos somos pobres pecadores en
necesidad de la gracia de Jesucristo.
Ciertamente Pablo tiene el espíritu correcto cuando dice en la segunda
lectura: “…todo lo considero
como basura, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él…” ¿Qué importa si hemos violado nuestros
principios si ya hemos recibido el perdón de Jesucristo?
Sin
embargo, queda una cosa. Después de
perdonar a la mujer sorprendida en el adulterio, Jesús le imparte un
mandato. Ella no debe volver a pecar. Por la gracia del perdón estamos fortalecidos
a hacer cosas buenas, no cosas malas. Aunque
nos parece imposible no mirar de nuevo la pornografía o no participar más en el
chisme, tenemos que hacer todo esfuerzo para evitar estas cosas. Para aprovecharnos de su apoyo, podemos rezar
a Dios. Él nos dice en la primera lectura:
“No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo
nuevo”.
Se llaman
estas dos últimas semanas antes de la Pascua “el tiempo de la Pasión”. Hace cincuenta años todas las imágenes en el
templo fueron cubiertas durante este período.
Esta práctica no más es necesaria.
Pero nos queda algo más importante aún.
Si nos lo hemos hecho todavía esta cuaresma, que busquemos la
misericordia de Jesús en el Sacramento de la Reconciliación. Particularmente si nos encontramos en pecado
grande, que busquemos su misericordia.
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