Primer Domingo de Cuaresma
(Deuteronomio
26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)
Se dice
que los peregrinos siempre encuentran la bondad. Sucede en Polonia cada año antes de la Fiesta
de Nuestra Señora de Czestochowa. Los
peregrinos allá pueden contar con la gente para comida y aun hospedaje. También pasó hace poco en la Jornada Mundial
de Jóvenes en Panamá. No creo que
hubiera tantas recamaras en los hoteles para los medio millones de peregrinos. Pero no importó. Los panameños les abrieron las puertas de sus
colegios, templos y casas privadas.
Ahora estamos comenzando un peregrinaje hacia la Pascua. No es necesario que nos proveamos con
provisiones del cuerpo. Pero se necesita
el apoyo espiritual de uno y otro más que nunca.
Como la
matriarca que es, la Iglesia insiste que todos sus hijos participen en la
Cuaresma. Se da cuenta de que hay muchas
atracciones que pueden distraernos del camino recto. La carrera, los placeres, aun ideas extrañas pueden
desviarnos de los modos de Dios. La
Cuaresma nos provee tiempo para re-orientarnos a nuestro destino verdadero. Muy necesario en el viaje es el
acompañamiento de personas de virtud. El
propósito de estas seis semanas es que ayudemos a uno y otro alcanzar una mejor
práctica de la fe.
La
primera lectura hoy nos recuerda que grande Dios ha sido en la historia. No sólo nos ha creado sino también nos ha
salvado. Los israelitas llevan ofrendas al altar para agradecer a Dios. Se le sienten la gratitud por haberlos
rescatado de la esclavitud en Egipto. La
historia nos recuerda de nuestros antepasados.
Ellos recibieron el evangelio cuyos modos nos hace la vida significativa.
Como
diamante, la fe en Jesús nos provee con maravillas en cada vuelta. No
sólo sus enseñanzas sino también su sacrificio nos rinden más profundos como
personas. En la segunda lectura Pablo
nos asegura que no se tiene que pertenecer a un grupo privilegiado para
aprovecharse de la compañía de Jesús. No
es sólo los ricos, los bachillerados, o los americanos que tengan acceso a la
salvación. Dice que lo necesario es sólo
profesar con la boca y creer en el corazón que el Señor ha resucitado.
Si las
primeras lecturas nos proveen testimonio de la posibilidad de llegar a Dios, el
evangelio describe cómo superar los retos en el camino. En unas palabras, tenemos que seguir a Jesús por
el desierto. Es decir, tenemos que
enfrentar nuestras debilidades con el apoyo del Espíritu del Señor. Las tres tentaciones no sólo nos retan como
individuos sino también como líderes.
Como padres de familia, curas de la parroquia, o responsables en el
trabajo estamos tentados a aprovecharnos de los demás.
Primero
el diablo tienta a Jesús con el pan. Podría
usar el pan para satisfacer su hambre y como líder para ganar la lealtad de la
gente. Sin embargo, Jesús rechaza la
oferta. Sí en tiempo va a pedir a Dios
que alimente a las multitudes pero por el bien de la gente no para consolidar
su poder. Así nosotros queremos resistir
el satisfacer los apetitos sensuales cuando hacerlo nos induzca a pecar. Como personas de responsabilidad queremos actuar
siempre para guiar a los subordinados en la virtud.
Esta
cuestión de liderazgo es más aparente en la segunda tentación. El diablo promete a Jesús el poder directo
sobre la gente si le daría culto a él.
Como Josef Stalin podría forzar a las multitudes obedecer sus
leyes. Imaginen la satisfacción que se
puede tener viendo a todo el mundo saltando cada vez que se lo mande. Pero este tipo de sometimiento conlleva la
pérdida del libre albedrio. Jesús lo
rechaza porque significaría el abandono de Dios como el Señor. También deberíamos nosotros. No vale si la gente nos sigue sólo por
miedo. Como Jesús queremos que hagan lo
correcto por amor de Dios y del prójimo.
La
tercera tentación tiene que ver con nuestra razón de vivir. ¿Vivimos para servir a Dios o es Dios el que
nos sirve a nosotros? ¿Quién es al centro
de nuestras vidas: nosotros mismos o Dios? Jesús no demora en responder
“Dios”. No le importa que la gente lo
vea ser rescatado por a un millón de ángeles.
Dios es el más importante siempre.
Nunca es
demasiado tarde para unirse con el peregrinaje de Cuaresma. No importa si hemos perdido los primeros días. Nos quedan seis semanas para pulir el
diamante de nuestro ser. Si lo hacemos, nos
encontraremos agradeciendo a Dios de nuevo.
Agradeceremos a Dios porque nos habrá hecho como Jesús.
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