OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Eclesiástico
27:5-8; I Corintios 15:54-58; Lucas 6: 39-45)
Estos
días la Iglesia Católica aparece mucho en las noticias. Sin embargo, los medios no se enfocan tanto
en lo bueno que hace la Iglesia. No
cuentan del trabajo de las Misioneras de Caridad con los marginados ni del
entusiasmo de los jóvenes en Panamá. Más
bien los medios de comunicación concentran en los escándalos causados por los
sacerdotes. Por más de medio año ha
habido muchas palabras dichas sobre el abuso sexual de niños. En febrero el informe del papa Francisco
sobre los sacerdotes violando a religiosas apareció en la primera plana.
Sin duda
estos escándalos molestan a los fieles.
Algunos están convencidos de la corrupción incorregible de la Iglesia. Piensan que la mayoría de los sacerdotes son tan
grandes hipócritas que no valga la pena asistir en la misa. Otras personas se hacen defensivas de la Iglesia. Quieren descartar los reportajes como tramas
de los medios liberales. Creen que los
medios desean desacreditar la Iglesia para defender sus causas preferidas como el
aborto y el matrimonio gay. Hay otros –
posiblemente la mayoría de la gente -- que no saben qué creer.
Se ha
establecido que los sacerdotes no cometen crímenes sexuales con más frecuencia que
otros hombres. En otras palabras nosotros
sacerdotes no somos ni mejores ni peores que la población general. Pero esto no debe ser un alivio para la
Iglesia sino una vergüenza. Nosotros
sacerdotes deberíamos distinguirnos como hombres justos por todas las ventajas
que hemos tenido. Mucho más que otras
personas tenemos la oportunidad de conocer a Cristo, de contar a otras personas
de él, y de rezar a él para la ayuda.
Una vez un hombre de negocio, un bautista en Texas, se me acercó. Me dijo que yo era uno de los hombres más
afortunados en el mundo. Yo quedaba
preguntándome qué quería decir este hombre.
Entonces se me explicó. Yo era bendecido
– dijo -- porque tenía por mi trabajo estudiar las Escrituras. Tenía razón.
Además nuestro vestido, nuestro lugar de trabajo, y las expectativas de
la gente nos apoyan vivir la virtud.
El
problema no es la soledad. No es que los
sacerdotes que hayan violado a niños o mujeres lo hagan porque no se
casan. Sí a veces nosotros sacerdotes nos
sentimos como deseosos de tener esposa y familia. Pero la verdad es que la soledad es
experiencia global. Los solteros, los
viudos, aún los matrimonios también sienten solos. La persona humana es creada para compartir
con otras personas y eventualmente con Dios.
Más tarde o más temprano todos vamos a experimentar la falta de gente
que nos entienda.
Más a
fondo que la soledad queda el poder corrompido como la raíz del problema. Se les da a los sacerdotes mucho poder para
llevar a cabo su ministerio. La gente
los admira. Les busca para consejo. Quiere su servicio para varios asuntos ambos
culturales y espirituales. Porque pueden
hacer todas estas cosas, se puede decir que los sacerdotes llevan gran poder
sobre la gente. Cuando los sacerdotes piensan
que tienen el privilegio de aprovecharse de este poder, se corrompe el poder. Esto es lo que pasa con el abuso sexual.
De
ninguna manera son los sacerdotes los únicos que se aprovechen de su poder
injustamente. Vemos la corrupción del
poder en los jefes acosando a sus trabajadoras.
También se lo puede ver en los padres
que golpeen a sus hijos despiadadamente. Un sabio una vez dijo: “El
poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”.
En el
evangelio Jesús advierte: “’El discípulo no es superior a su maestro; pero
cuando termine su aprendizaje, será como su maestro’”. Les aplica este mensaje a todos nosotros. Pues todos somos discípulos de Jesús. Todos nosotros tenemos que imitar al maestro
Jesús. Todos hemos de ayudar al prójimo y
nunca abusarlo. Pero la advertencia particularmente
tiene que ver con los sacerdotes. Cristo
nos ha llamado a servir la comunidad de manera cercana. El papa Gregorio Magno solía llamarse,
“Servidor de los servidores de Cristo”.
Se les puede aplicar a los sacerdotes la misma frase.
Ya
estamos para comenzar la Cuaresma.
Tenemos que considerar de qué vamos a arrepentirnos durante los cuarenta
días. Nosotros sacerdotes querremos
preguntar si hemos abusado el poder de una manera u otra. Tal vez ustedes laicos quieran considerar si
han estudiado la Palabra de Dios o han ayudado al prójimo. Y todos querremos preguntarnos si hemos
imitado al Señor Jesús.
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