El domingo, 17 de febrero de 2019


EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 17:5-8; I Corintios 15:12.16-20; Lucas 6:17.20-26)


¿Era Jesús comunista?  La pregunta puede parecer tonta.  Sin embargo, muchas personas han pensado en Jesús así.  En el evangelio hoy Jesús dice: “Dichosos ustedes los pobre…” y “Ay de ustedes, los ricos,…”  Estas frases suenan parecidas a la predicción del fundador del comunismo, Karl Marx.  Él escribió de una gran revolución que iba a volcar el orden reinante.  En su parecer los trabajadores tomarían control de las fuentes de la producción de los capitalistas. Entonces compartirían los beneficios de su labor a todos según la necesidad de cada uno.  La visión de Marx corresponde con el reporte en los Hechos de los Apóstoles de la primera comunidad cristiana.  Según este informe, todos los bienes fueron repartidos “según las necesidades de cada uno”. 

Sin embargo, el gran espíritu de compartir en de los Hechos no duró mucho tiempo.  En el pasaje que sigue una pareja trató de engañar a los apóstoles por guardar parte de su dinero para sí misma.  También San Pablo escribe de la desigualdad entre los corintios.  Regaña a la comunidad por permitir que algunos pasen hambre.  Hoy en día atestiguamos una situación curiosa.  Son los ricos que muy seguido practican la fe mientras los pobres en muchos casos la han dejado.  En muchas partes es la gente con recursos que asiste en la misa, que se casa antes de tener a hijos, y que no divorcia.  Entretanto los pobres por gran parte han abandonado estas morales básicas. 

En la segunda lectura Pablo menciona otro criterio para contarse como cristiano.  Dice que aquellas personas que no creen en la resurrección de la muerte son “los más infelices”.  Ellos malentienden el propósito de Cristo.  Piensan que Cristo llegó para transmitir valores que les ayudaran en la tierra.  Pero no era así.  Cristo vino para formar una comunidad del amor entre todos – ricos y pobres, mujeres y hombres, judíos y no judíos.  Esta comunidad conocerá el Reino aquí en la tierra por un tiempo y en la vida eterna para siempre.

En la primera lectura Jeremías revela el verdadero contraste en los ojos de Dios.  No es entre ricos y los pobres sino entre aquellos que confían en los hombres y aquellos que ponen su esperanza en Dios.  Las personas que tienen confianza en Dios siguen sus mandamientos.  Cuidan a los pobres; no engañan a nadie; y dan al Señor la gloria.  Sean latifundistas con muchos medios o sean campesinos con pocos quedarán como robles altos y robustos.  Es el contrario con los que confían en los hombres.  Ellos siempre hacen tramas para aumentar su riqueza.  No se preocupan por los necesitados sino por modos de gastar su dinero en placeres y comodidades.

Ahora podemos ver la intención de Jesús dando estas bienaventuranzas y maldiciones.  No quiere elogiar a los pobres porque son pobres sino por mantener a Dios como su rey. Jesús los aprueba porque ellos han venido a escucharlo explicar la voluntad de Dios.  De manera semejante Jesús no reprocha a los ricos por tener riquezas.  Más bien los critica porque no ayudan a los necesitados con su fortuna.  A través del evangelio Jesús muestra la bondad con los ricos generosos.  Acepta la compañía de las mujeres que lo apoyan con sus recursos.  Visita la casa de Zaqueo que promete dar la mitad de sus bienes a los pobres.

Hace muchos años se decía este cuento como visión del infierno y el cielo.  En el infierno los malditos tienen gigantes tenedores atados a sus brazos.  Tratando como quisieran, nadie puede alimentarse a sí mismo.  Pues no pueden doblar el brazo de modo que el tenedor llegue a su boca. En el cielo los benditos también tienen tenedores atados a sus brazos.  Sin embargo, todos son bien alimentados.  Pues en lugar de tratar de alimentar a sí mismos, les dan a comer a uno y otro.  Así Jesús describe el Reino de Dios: una comunidad del amor entre todos – ricos y pobres, mujeres y hombres, judíos y no judíos.


No hay comentarios.: