EL QUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
6:1-3.3I-8; I Corintios 15:1-11; Lucas 5:1-11)
Una
religiosa dice que recibió su vocación viendo un cine. Cuando se fijó en el carácter de una monja,
despertó en ella el deseo de darse a sí misma a Dios. Sabía entonces que Dios podría llenarle con
el gozo que deseaba. El evangelio hoy
cuenta una historia semejante.
Al
principio de la historia Jesús está enseñando a la gente. No se dirige a un grupo pequeño sino a una
multitud. De hecho, la audiencia es tan
grande que Jesús tiene que montar una barca para que oigan todos. Sentado, Jesús enseña como un catedrático en
la universidad. Muestra la autoridad con
ideas claras y un modo seguro. Si
estuviéramos allí, apenas duras no podríamos hacerle caso.
Si Jesús
nos hubiera dicho a leer un libro, ciertamente lo haríamos. Es hombre que vale el
seguimiento. Por esta razón, Simón lo
obedece cuando le manda a llevar la barca para pescar de nuevo. No importa que Simón trabajó las mismas aguas
toda la noche sin pescar. No importa que
ya es día cuando los peces supuestamente reposan. Cuando Simón echa las redes, coge tan grande
cantidad de pescados que casi se rompan.
Simón se
da cuenta que Jesús no es sólo maestro.
Ahora lo llama “Señor”. Lo ve
como hijo de Dios con el poder del Altísimo.
Ante tal gran persona, el ser humano se estremece. De repente Simón se recuerda de sus muchos
pecados. Le dice a Jesús: “Apártate de
mí”. Sabe que no es digno de quedarse en
la presencia de un representante de Dios.
Es la misma reacción de Isaías en la primera lectura. Cuando percibe que Dios es un Dios activo,
dice: “’…estoy perdido…’” También es la
sensación que tenemos nosotros cuando enfrentamos algo colosal que nos amenace. Cuando estamos por el mar con una tempestad avecinándose,
nos coge el temor. Pensamos que Dios está castigándonos por nuestros
pecados. Le pedimos que en su
misericordia se aleje de nosotros.
Entonces
nos damos cuenta que Dios no quiere castigarnos. Más bien está llamándonos a servirle. Ciertamente Simón, ya Pedro, recibe un
mandato en el evangelio. Jesús le pide
que deje de ser simplemente un pescador para hacerse “pescador de
hombres”. En la segunda lectura Pablo
cuenta de una experiencia semejante.
Después de un encuentro asombroso con Cristo, recibe la carga de ser
apóstol. De hecho, Cristo tiene un
mandato parecido para cada uno de nosotros.
Cuando nos bautizamos, dice el ministro que estamos ya incluidos en el
ministerio de Jesús sacerdote, profeta, y rey.
¿Qué quiere
decir esto? Acordémonos de las células
madre en el embrión. Todos son iguales
pero en tiempo algunos se desarrollen en huesos, otros en sangre, otros en
piel, etcétera. Por la oración podemos descubrimos
nuestro papel dentro de la comunidad – sea miembro del coro, lector, visitador
de los enfermos u otro. Más que nunca es necesario que todos nosotros
cristianos demos testimonio al Señor Jesús por nuestras vidas. Sin palabras tenemos que mostrar la caridad a
todos particularmente a los necesitados.
Con palabras tenemos que profesar al mundo la fuente de esta caridad. Es Jesucristo.
Esta
semana celebramos el Día de Amor.
Sabemos que la tradición de celebrar este día comenzó con un santo
cristiano llamado Valentino. Según una
historia san Valentino era cura en Roma durante una persecución de los
cristianos. Cuando lo tenían encarcelado,
el padre Valentino convirtió a la hija ciega del carcelero al
cristianismo. Al caminar a su martirio,
Valentino le pasó a la muchacha una carta.
En la nota le recordó del compromiso que hizo a amar a todos como
Cristo. Firmó la carta “tu
Valentino”. Cuando se la abrió, la
muchacha recibió la vista. El propósito
de la historia es que cuando decimos a otra persona, “Sé mi valentino/a”, le estamos
pidiendo algo muy especial. No estamos
pidiendo que sea nuestro amante sino a nuestro tutor. Estamos pidiendo a la persona que nos ayude
aprender la caridad. Es el papel dado
por Jesucristo a todos nosotros. Nos
manda a ayudar a los demás aprender su caridad.
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