EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías
1:4-5.17-19; I Corintios 12:31-13:13; Lucas 4:21-30)
En una
oración la Madre Teresa de Calcuta pide al Señor cosas raras. Reza: “Entrégame, O Jesús, del deseo de ser
aprobada”. Añade: “(entrégame) del temor
de ser ridiculizada”. Aunque casi todos la admiraban, Madre Teresa era una
profetisa. Llamaba a los cómodos a
prestar la mano en servicio a los pobres.
De ningún modo ella podría escapar la crítica de algunos. El profeta Jeremías tiene que enfrentar una prueba semejante en la primera lectura.
De todos
los profetas Jeremías es el más personal.
Él se queja abiertamente de la injusticia que tiene que aguantar. En una ocasión Jeremías acusa al Señor de la
decepción. Dice: “’Señor, tú me
engañaste…. A todas horas soy motivo de risa…” (Jeremías 20,7). El Señor no deja a Jeremías solo sino
responde a sus lamentos. Le dice en la
lectura actual: “’Hoy te hago ciudad fuerte…’”
Es como el consuelo de un santo que dijo de Dios: “Ó te protegerá de
sufrimiento ó te dará la fuerza infalible para soportarlo’”.
“La fuerza infalible”
es el Espíritu Santo que viene con el don del amor. Como si fuera un bisturí en la mano de un
cirujano, el amor nos capacita a hacer obras increíbles. En la segunda lectura san Pablo proclama las
maravillas del amor: “El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera
sin límites, soporta sin límites”. Esto
no quiere decir que el amor siempre sea fácil.
Una vez una madre tenía que soportar el rechazo completo de su hija. Volteó a Dios con su amor rezando: “…que el
amor para ella que Tú llevas en tu corazón reemplace los contenidos de la copa
amarga vertiendo dentro de ella”. La
oración no era en vano. Ahora la hija le
comunica con su madre todos los días.
Como
siempre podemos voltear a Jesús para el apoyo cuando nos rechacemos. El conoce nuestro apuro. En el evangelio hoy los paisanos de Nazaret se
vuelven en contra de él. En un momento le
dan su aprobación y en el próximo “se llena(ro)n de ira”. ¿Qué provoca el
cambio? Ellos esperaban de Jesús las
maravillas que hizo en otros lugares.
Para ellos Jesús siempre será sólo “el hijo de José”, un joven del pueblo
que debería ayudar a sus vecinos. No quieren
reconocerlo cómo el profeta que viene para proclamar el Reino de Dios a todos. También los nazarenos resienten sus
curaciones en Cafarnaúm donde residen ambos judíos y paganos. Piensan en Dios sólo como si fuera un guardia
para proteger sólo su pueblo y no a todos.
Jesús va
a sufrir por proclamar el amor de Dios para todos. Por lo pronto escapa la persecución que le quieren
los nazarenos porque no ha llegado su hora.
Pero en tiempo será crucificado. A
pesar de que se da cuenta de este destino, sigue predicando el Reino de
Dios. Quiere que el mundo sepa de las
maravillas que Dios guarda para aquellos que se humillen para recibirlas.
Una vez
un misionero pasó muchos años en Bangladés, un país casi exclusivamente
musulmán. Allí vivía entre los pobres ayudándoles
con sus necesidades cotidianas. Cuando
regresó a su propia tierra, sus paisanos le preguntaron cuántos conversos hizo.
Tuvo que pensar un momento antes de responder:
“Sólo uno: me hice mejor cristiano”. Pero
su tiempo en Bangladés no era en vano. Por
hacerse “mejor cristiano” el misionero mostró a los musulmanes que el Señor es Dios
de todos los pueblos. Más importante aún,
por ser un hombre de Dios trabajando entre los pobres les transmitía el amor de
Dios. Es lo que Jesús hizo en su tiempo
y lo que nosotros queremos hacer ahora. Queremos
que el mundo sepa del amor de Dios para todos.
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