La Fiesta del Bautismo del Señor
(Isaías
40:1-5.9-11; Tito 2:11-14.3:4-7; Lucas 3:15-16.21-22)
Con el
nuevo año regresamos a los problemas de nuestras vidas. Después de un mes lleno de fiestas ya es
tiempo a enfrentar nuestros retos con más vigor. Una familia tiene prueba bastante difícil.
Está compartiendo su casa con otra familia.
Vivían cómodos la pareja y sus dos hijos cuando recibió la petición
urgente de una pariente. La mujer y sus
hijos necesitaban refugio de su esposo abusivo.
¿Qué podía hacer la familia sino aceptar a los refugiados en su hogar? Ciertamente es difícil. Pero piden la ayuda del Señor. Él muestra la preocupación por su pueblo en
la primera lectura. “’Consuelen, consuelen a mi pueblo…,’” dice a la corte
celestial.
Dios
quiere rescatar a todos sus hijos de sus líos.
Les promete enviar al ungido hijo de David para entregarlos de sus
enemigos. Este será el mesías. Cuando llega, algunos piensan que fuera Juan,
pero él rechaza la idea. Dice en el
evangelio hoy: “’…ya viene otro más poderoso que yo…’” Deberíamos imitar su humildad. No somos el salvador ni de nosotros mismos y
mucho menos de otras personas. En lugar
de fastidiarnos con calculaciones, deberíamos pedir primero la ayuda del Señor.
Al menos yo estoy casi siempre tardío al rezar a Dios para el apoyo.
No es
así con Jesús. Se le distingue,
particularmente en este Evangelio según San Lucas, por la oración. Son ambas la intimidad e la intensidad de su
relación con Dios Padre que le define sobre todo. Aquí el Espíritu Santo desciende sobre él mientras
está orando. Tiene relación tan profunda
con Dios que se reconozca desde el cielo. Se oye una voz diciendo: “’Tú eres mi
hijo, mi predilecto…’” Nos parece como
gran privilegio ser Hijo de Dios, ¡y es!
Sin embargo, el Padre le pedirá que se entregue cuerpo y alma para
salvar al mundo de sus pecados. Le
costará la muerte en la cruz aunque será levantado a una vida nueva en la gloria.
Dice
Juan que el que viene bautizará con el Espíritu y con fuego. Jesús cumple esta profecía después de su
resurrección. Una vez que asciende al
cielo, él manda al Espíritu Santo a sus discípulos en forma de lenguas de
fuego. Las lenguas les conceden el poder
para hablar abiertamente del Señorío de Jesús.
Como se atestigua en los Hechos de los Apóstoles, proceden a proclamarlo
por el mundo. Tanto los poderosos como
los sufridos, tanto los paganos como los judíos recibirán su testimonio.
No nos
falta este mismo Bautismo con el fuego del Espíritu Santo. Nosotros también podemos proclamar la
salvación de Jesús. Si decimos que nada
grande nos pasa a nosotros, es porque no pedimos la ayuda del Señor. Cuando le rogamos por nuestros seres
queridos, veremos su bondad. Pero que no
tengamos vergüenza para contar a nuestros compañeros nuestra suerte. El otro día estaba yo perdido en el
tránsito. Esta vez sí recordé a rezar. No estuve muy sorprendente cuando encontré pronto
el camino correcto.
Los
últimos recuerdos de la Navidad ya se esconden.
El árbol navideño no más ocupa el lugar céntrico de la sala. La mayoría de los tamales y galletas se han
consumido. En los mercados los renos y
monigotes de nieve han sido reemplazados por los corazones del Día de San
Valentín. Sin embargo, nunca queremos
perder la consciencia del gran regalo de Dios en la Navidad. Es Su Hijo que vino para acompañarnos en
nuestros líos. Queremos agradecerle por esta
bondad. También queremos contar a los demás acerca del efecto de Jesús en
nuestras vidas. Queremos a contar a
todos acerca de Jesucristo.
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