El domingo, 13 de enero de 2019


La Fiesta del Bautismo del Señor

(Isaías 40:1-5.9-11; Tito 2:11-14.3:4-7; Lucas 3:15-16.21-22)



Con el nuevo año regresamos a los problemas de nuestras vidas.  Después de un mes lleno de fiestas ya es tiempo a enfrentar nuestros retos con más vigor.  Una familia tiene prueba bastante difícil. Está compartiendo su casa con otra familia.  Vivían cómodos la pareja y sus dos hijos cuando recibió la petición urgente de una pariente.  La mujer y sus hijos necesitaban refugio de su esposo abusivo.  ¿Qué podía hacer la familia sino aceptar a los refugiados en su hogar?  Ciertamente es difícil.  Pero piden la ayuda del Señor.  Él muestra la preocupación por su pueblo en la primera lectura. “’Consuelen, consuelen a mi pueblo…,’” dice a la corte celestial. 

Dios quiere rescatar a todos sus hijos de sus líos.  Les promete enviar al ungido hijo de David para entregarlos de sus enemigos.  Este será el mesías.  Cuando llega, algunos piensan que fuera Juan, pero él rechaza la idea.  Dice en el evangelio hoy: “’…ya viene otro más poderoso que yo…’”  Deberíamos imitar su humildad.  No somos el salvador ni de nosotros mismos y mucho menos de otras personas.  En lugar de fastidiarnos con calculaciones, deberíamos pedir primero la ayuda del Señor. Al menos yo estoy casi siempre tardío al rezar a Dios para el apoyo.

No es así con Jesús.  Se le distingue, particularmente en este Evangelio según San Lucas, por la oración.  Son ambas la intimidad e la intensidad de su relación con Dios Padre que le define sobre todo.  Aquí el Espíritu Santo desciende sobre él mientras está orando.  Tiene relación tan profunda con Dios que se reconozca desde el cielo. Se oye una voz diciendo: “’Tú eres mi hijo, mi predilecto…’”  Nos parece como gran privilegio ser Hijo de Dios, ¡y es!  Sin embargo, el Padre le pedirá que se entregue cuerpo y alma para salvar al mundo de sus pecados.  Le costará la muerte en la cruz aunque será levantado a una vida nueva en la gloria. 

Dice Juan que el que viene bautizará con el Espíritu y con fuego.  Jesús cumple esta profecía después de su resurrección.  Una vez que asciende al cielo, él manda al Espíritu Santo a sus discípulos en forma de lenguas de fuego.  Las lenguas les conceden el poder para hablar abiertamente del Señorío de Jesús.  Como se atestigua en los Hechos de los Apóstoles, proceden a proclamarlo por el mundo.  Tanto los poderosos como los sufridos, tanto los paganos como los judíos recibirán su testimonio. 

No nos falta este mismo Bautismo con el fuego del Espíritu Santo.  Nosotros también podemos proclamar la salvación de Jesús.  Si decimos que nada grande nos pasa a nosotros, es porque no pedimos la ayuda del Señor.  Cuando le rogamos por nuestros seres queridos, veremos su bondad.  Pero que no tengamos vergüenza para contar a nuestros compañeros nuestra suerte.  El otro día estaba yo perdido en el tránsito.  Esta vez sí recordé a rezar.  No estuve muy sorprendente cuando encontré pronto el camino correcto.

Los últimos recuerdos de la Navidad ya se esconden.  El árbol navideño no más ocupa el lugar céntrico de la sala.  La mayoría de los tamales y galletas se han consumido.  En los mercados los renos y monigotes de nieve han sido reemplazados por los corazones del Día de San Valentín.  Sin embargo, nunca queremos perder la consciencia del gran regalo de Dios en la Navidad.  Es Su Hijo que vino para acompañarnos en nuestros líos.  Queremos agradecerle por esta bondad. También queremos contar a los demás acerca del efecto de Jesús en nuestras vidas.  Queremos a contar a todos acerca de Jesucristo.

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