TERCER DOMINGO DE CUARESMA
(Éxodo
3:1-8.13-15; I Corintios 10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)
El cardenal
José Bernardin fue conocido por su defensa de la vida humana. Habló a menudo de la “ética consecuente de la
vida”. Por esta frase quería decir que
las cuestiones como el aborto, la guerra nuclear, y la pena de muerte tienen
mucho en común. Según el cardenal, no se
puede fielmente estar en contra de una de estas cuestiones sin estar en contra
de los demás. En los días después de la muerte
del cardenal Bernardin, un abortista cerca Chicago donde el cardenal vivía dejó
su consulta. Fue un arrepentimiento
completo como el evangelio de hoy llama a todos.
Jesús no
expone el horror con las noticias de la matanza que hizo Pilato. Seguramente fue un acto tan bárbaro que la
masacre de los musulmanes en Nueva Zelanda hace poco. Pero para Jesús la maldad sobre todo indica
la necesidad de arrepentirse de modos pecaminosos. No se dirige sólo a los ladrones y
prostitutas sino a todos. Quiere que
todo el mundo deje de hacer actos viciosos y de llevar actitudes cínicas. Pues estos comportamientos hacen la vida
amarga.
En la
segunda lectura san Pablo provee ejemplos de lo que Jesús tiene en cuenta. Exhorta a los corintios que no codicien “cosas
malas”. Estas son el sexo ilícito, el
alcohol en exceso, y la gula. También les
advierte de murmurar sobre las condiciones de sus vidas. Hoy en día vemos estos vicios en el uso del
Internet. Muchos miran la pornografía
todos los días. Otros participan
regularmente en los chismes del Facebook y Twitter. Pero no es sólo por el Internet que fallemos
vivir justamente. Perdimos la paciencia
en nuestros hogares cuando no nos vaya como querríamos. Mentimos no sólo para evitar problemas sino
también por despecho de los demás.
De algún
modo tenemos que cambiar. “Pero ¿cómo?”
nos preguntamos. Sí es difícil. En primer lugar tenemos que decidir si
realmente queremos cambiar. Sería más
cómodo seguir como la mayoría de la gente haciendo tan poco que pueden mientras
quejándose de todo. Una vez que decidamos
en favor de los cambios, tenemos que hacer el esfuerzo necesario para lograrlos. Tendremos que dejar las cosas, la compañía,
los pensamientos que nos conducen a pecar.
En lugar de acomodar estas tentaciones tendremos que buscar la ayuda
para superarlas. Necesitaremos a personas buenas con quien conversar,
pasatiempos constructivos, y servicios que ayuden a los necesitados.
Una cosa
más es indispensable. Tendremos que
recordar que no estamos solos en la lucha.
Dios está con nosotros. En la
primera lectura Dios revela a Moisés su nombre.
Es como su número celular para llamarlo cuando se encuentre en apuro. Dice que su nombre es “Yo soy”. A lo mejor este nombre significa más a los
filósofos que a nosotros. De todos modos
Jesús nos ha revelado un nombre más confiable por Dios. Nos ha exhortado que llamáramos a Dios
“Padre”. Quiere también que nos seamos
renuentes de pedirle lo necesario.
Los
cambios de un arrepentimiento verdadero no se hacen usualmente de día al
otro. Tardan a veces años para
realizarse. Sin embargo, tan seguro como
el frío cede al calor durante la primavera, los cambios aparecen con el
esfuerzo y la oración. Nos conformaremos
con nuestro Señor Jesús con el esfuerzo y la oración.
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