EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
(Génesis
15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36)
Se dice que
nadie jamás pintó tan bien como Leonardo da Vinci. Aunque era genio, Leonardo
tardaba mucho para producir sus obras.
Le tomó dieciséis años para terminar su obra maestra “la Gioconda”. Estudió los músculos de la cara en cadáveres
para crear la bella sonrisa de su sujeto.
También aprendió cómo el ojo asimila la luz para impactar al máximo a sus
videntes. No cuesta ni menos tiempo ni
menos esfuerzo para hacernos como Jesucristo.
Esto es el proyecto durante la Cuaresma: asemejar al Señor Jesús. Por supuesto para la mayoría no es posible lograrlo
en sola una temporada. Pero si
continuamos la búsqueda por varios años, en tiempo nos haremos misericordioso
como Jesús. Cada año al segundo domingo
de Cuaresma escuchamos la historia de la Transfiguración para ayudarnos en esta
empresa.
Es
significante que Jesús está orando cuando su rostro cambia de aspecto. La oración siempre nos hace más profundos
interiormente, más conscientes de nuestros sentimientos y más deliberados en
nuestras acciones. No se refiere aquí a
la simple recitación de palabras sino una conversación con Dios. En el Evangelio según San Lucas Jesús siempre
habla con Dios Padre antes de lanzar una etapa nueva de su ministerio. Reza antes de escoger a los doce
apóstoles. Especialmente reza en el
jardín antes de su Pasión.
Parece
que la oración de Jesús incluye una plática con Moisés y Elías. Estas grandes figuras del Antiguo Testamento
conocen el sacrificio que siempre cuesta al servidor de Dios. No es por nada entonces que ellos hablan de
la muerte que Jesús experimentará en Jerusalén.
Como Moisés pidió a los Israelitas que sacrificaran los corderos para
rescatar a sus primogénitos, así se sacrificará Jesús para rescatar al
mundo. Como Elías sufrió el desdén del
rey y del pueblo como profeta, así Jesús será rechazado. Entonces, ¿por qué nos ponemos molestos
cuando tenemos que sufrir la inconveniencia por los demás?
Tal vez
porque muy adentro nos sentimos el miedo.
Tememos que nuestro sufrimiento, sea por los demás o sea por Dios, sea
en vano. No queremos desgastar nuestras
vidas. En el evangelio los discípulos
sienten el miedo también, pero por otro motivo.
Viendo la nube aproximándolos, temen que Dios venga en todo poder. Sin embargo, las palabras de la nube aconsejan,
no amenazan. Dicen que Jesús es Hijo de
Dios y vale la pena escucharlo. Añadimos
nosotros que él tiene las palabras de la vida eterna.
Nos
hacen faltan las palabras de Jesús en el peregrinaje cuaresmal para alcanzar
nuestro destino. Pues hay muchas
distracciones atrayéndonos del camino.
Como dice San Pablo en la segunda lectura: “…hay muchos enemigos de la
cruz de Cristo….su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían
avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”. No importa que hayan pasado dos mil años, estas
mismas tentaciones asoman en nuestras vidas.
Parece que la gente tiene mucho tiempo para salir de comer pero muy poco
para visitar a los enfermos. Hacen
vacaciones en otras partes del mundo pero no conocen a los pobres en sus
propias ciudades.
El mundo
nos desafía preguntando sobre la vida eterna.
Quiere saber: ¿Qué prenda tenemos para asegurar que tendremos una vida
feliz después de la muerte?” Es casi el
mismo interrogante que Abram dirige hacia Dios en la primera lectura. Para pacificarlo Dios le hizo una alianza por
poner a fuego sus sacrificios de animales.
Asimismo para ayudarnos creer Dios hizo un pacto nuevo con
nosotros. Resucitó a Jesús de la muerte
como atestiguaron los apóstoles con sus vidas.
Se ha
puesto la temporada de Cuaresma para conformar con el cambio del clima. En el hemisferio norte la naturaleza se muda
de las nieves del invierno a las flores de la primavera. Este cambio aproxima el cambio de Jesús en el
evangelio hoy y más profundamente su transición de la muerte a la gloria en la
resurrección. Esperamos notar un cambio en
nosotros también. Ayudados por la
oración vamos de personas atraídos por cosas vanas al tener el rostro
misericordioso de Jesús. Es de nosotros
ser transfigurados también durante la Cuaresma.
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