El domingo, 17 de marzo de 2019

 EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36)


Se dice que nadie jamás pintó tan bien como Leonardo da Vinci. Aunque era genio, Leonardo tardaba mucho para producir sus obras.  Le tomó dieciséis años para terminar su obra maestra “la Gioconda”.  Estudió los músculos de la cara en cadáveres para crear la bella sonrisa de su sujeto.  También aprendió cómo el ojo asimila la luz para impactar al máximo a sus videntes.  No cuesta ni menos tiempo ni menos esfuerzo para hacernos como Jesucristo.  Esto es el proyecto durante la Cuaresma: asemejar al Señor Jesús.  Por supuesto para la mayoría no es posible lograrlo en sola una temporada.  Pero si continuamos la búsqueda por varios años, en tiempo nos haremos misericordioso como Jesús.  Cada año al segundo domingo de Cuaresma escuchamos la historia de la Transfiguración para ayudarnos en esta empresa. 

Es significante que Jesús está orando cuando su rostro cambia de aspecto.  La oración siempre nos hace más profundos interiormente, más conscientes de nuestros sentimientos y más deliberados en nuestras acciones.  No se refiere aquí a la simple recitación de palabras sino una conversación con Dios.  En el Evangelio según San Lucas Jesús siempre habla con Dios Padre antes de lanzar una etapa nueva de su ministerio.  Reza antes de escoger a los doce apóstoles.  Especialmente reza en el jardín antes de su Pasión. 

Parece que la oración de Jesús incluye una plática con Moisés y Elías.  Estas grandes figuras del Antiguo Testamento conocen el sacrificio que siempre cuesta al servidor de Dios.  No es por nada entonces que ellos hablan de la muerte que Jesús experimentará en Jerusalén.  Como Moisés pidió a los Israelitas que sacrificaran los corderos para rescatar a sus primogénitos, así se sacrificará Jesús para rescatar al mundo.  Como Elías sufrió el desdén del rey y del pueblo como profeta, así Jesús será rechazado.  Entonces, ¿por qué nos ponemos molestos cuando tenemos que sufrir la inconveniencia por los demás?

Tal vez porque muy adentro nos sentimos el miedo.  Tememos que nuestro sufrimiento, sea por los demás o sea por Dios, sea en vano.  No queremos desgastar nuestras vidas.  En el evangelio los discípulos sienten el miedo también, pero por otro motivo.  Viendo la nube aproximándolos, temen que Dios venga en todo poder.  Sin embargo, las palabras de la nube aconsejan, no amenazan.  Dicen que Jesús es Hijo de Dios y vale la pena escucharlo.  Añadimos nosotros que él tiene las palabras de la vida eterna.

Nos hacen faltan las palabras de Jesús en el peregrinaje cuaresmal para alcanzar nuestro destino.  Pues hay muchas distracciones atrayéndonos del camino.  Como dice San Pablo en la segunda lectura: “…hay muchos enemigos de la cruz de Cristo….su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.  No importa que hayan pasado dos mil años, estas mismas tentaciones asoman en nuestras vidas.  Parece que la gente tiene mucho tiempo para salir de comer pero muy poco para visitar a los enfermos.  Hacen vacaciones en otras partes del mundo pero no conocen a los pobres en sus propias ciudades.

El mundo nos desafía preguntando sobre la vida eterna.  Quiere saber: ¿Qué prenda tenemos para asegurar que tendremos una vida feliz después de la muerte?”  Es casi el mismo interrogante que Abram dirige hacia Dios en la primera lectura.  Para pacificarlo Dios le hizo una alianza por poner a fuego sus sacrificios de animales.  Asimismo para ayudarnos creer Dios hizo un pacto nuevo con nosotros.  Resucitó a Jesús de la muerte como atestiguaron los apóstoles con sus vidas.

Se ha puesto la temporada de Cuaresma para conformar con el cambio del clima.  En el hemisferio norte la naturaleza se muda de las nieves del invierno a las flores de la primavera.  Este cambio aproxima el cambio de Jesús en el evangelio hoy y más profundamente su transición de la muerte a la gloria en la resurrección.  Esperamos notar un cambio en nosotros también.  Ayudados por la oración vamos de personas atraídos por cosas vanas al tener el rostro misericordioso de Jesús.  Es de nosotros ser transfigurados también durante la Cuaresma.

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