EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Sofonías 2:3.3:12-13; I Corintios 1:26-31;
Mateo 5:1-12)
“El
arroyo de la sierra me complace más que el mar”. No sólo al autor de “Guantanamera” le gusta más
el monte que la playa. Muchos ven en los
altos un sentido del cielo. Allá el aire
es claro y el ruido ausente. Allá se
puede respirar libremente y pensar profundamente. Allá el compromiso no parece como un yugo que
le pesa sino un coche que le transporta.
Tal vez por estas razones Jesús lleva a sus discípulos al monte en el
evangelio hoy.
En la
antigüedad se consideraba que los dioses viven en las montañas. De allí mirando a los humanos, pueden echar
relámpagos para llamarles la atención. Similarmente,
porque Jesús es el Dios-hombre, el evangelista Mateo lo describe subiendo el
monte para entregar su programa a sus seguidores. A nosotros
cristianos será el discurso más notable en la historia.
“Dichosos”,
comienza el Señor en contra de nuestras expectativas. Donde pensamos que Jesús nos pondría
mandatos, él nos habla de la felicidad. Nos
recordamos que ha venido para traer la salvación de Dios Padre. Como diríamos a nuestros hijos, Dios sólo quiere
que seamos felices. Pero opuesto a
nosotros a veces, la felicidad que Dios nos busca no llega sólo a la piel ni
cambia con los tiempos.
Un
teólogo propone cuatro niveles de la felicidad.
Al estado más básico queda el placer del cuerpo obtenido por buena
comida, bebida, sexo y aun drogas. Tal
vez todos nosotros hayamos experimentado cómo la satisfacción que resulta de
estas cosas se desvanece. También nos
hemos dado cuenta de cómo el sobreconsumo de materias placenteras puede desembocar
en la adicción -- un tipo de infierno. El
segundo nivel involucra el sentido de superioridad por haber obtenido más
plata, poder, o prestigio que otras personas.
Sí, es cierto que sentimos cumplidos por haber ganado la carrera como
jóvenes o por manejar el carro más lujoso como adultos. Pero es seguro también que no duran mucho estas
complacencias porque siempre hay otra persona que corre más veloz o que recibe
mayor sueldo. Al tercer nivel se
encuentra la satisfacción por haber servido a otras personas. Dice el filósofo
Aristóteles que la verdadera felicidad anda mano-a-mano con la virtud. Por eso,
para ser realmente contentos tenemos que fomentar buenos modos de ser,
particularmente ser más caritativos. Y,
finalmente, al nivel más alto la felicidad viene con el amor a Dios y la
entrega a Su servicio. Para vivir
completamente felices, todos los días agradecemos a Dios gracias y le
serviremos con todo corazón.
Las
bienaventuranzas de Jesús demuestran todo lo que acabamos a decir. Jesús no pronuncia “dichosos” a los ricos, ni
a los soberbios, ni a los glotones sino a aquellos pobres y sufridos que se
pongan a sí mismos pendientes de Dios Padre.
Así dichosa es la hermana Leti, una misionera religiosa evangelizando
entre los pobres en áfrica. Tampoco Jesús
declara felices a los guerrilleros, ni a los tiranos, ni a los que se transijan
a sí mismos en asuntos de la justicia. Más bien, según Jesús, felices son los
hacedores de la paz, los misericordiosos, y aquellas personas que preferían a morir
que traicionar a él. Así era feliz el presidente Abraham Lincoln
cuando presentó su intención a reintegrar a los estados sureños en la Unión “con
caridad a todos y malicia a nadie”.
“¿Todos
están felices?” un director de conjunto siempre exclamó en el medio del
baile. Invariablemente todos presentes
en el salón respondieron, “Sí”. Pero es
cierto que no todos tuvieron el mismo nivel de felicidad. Algunos estuvieron contentos por haber escuchado
la música. Otros se alegraron por haber
ganado el concurso de baile. Dichosos
son los dos grupos, pero su felicidad no llegará más allá de la piel. Otros fueron felices porque venían con amigos
por los cuales morirían. Su felicidad
durará por el cambio de muchos tiempos. Finalmente
había otros que eran felices porque reconocieron que Dios Padre los
quiere. Estas personas serán contentas tan largo como quedan las
montañas.
3 comentarios:
Dios lo bendiga Y la Virgen lo cuide.
Gracias P. Mele, sus reflexiones sobre el Evangelio son se sillas y fáciles de entender, Dios lo bendiga siempre y Mamá María lo proteja con su manto!
Gracias P. Mele, sus reflexiones sobre el Evangelio son se sillas y fáciles de entender, Dios lo bendiga siempre y Mamá María lo proteja con su manto!
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