SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(Proverbios
8:22-31; Romanos 5:1-5; Juan 16:12-15)
La Santa
Trinidad es un misterio. No se puede
comprenderla completamente. No obstante,
cada año hacemos “una incursión en el inarticulado” cuando celebramos su fiesta
el domingo después de Pentecostés. Sea
un gozo o un peso, parece que solo en este día reflexionamos cómo puede que
Dios es a la vez tres y uno.
Desde la
antigüedad ha habido dos acercamientos de entender la Trinidad. Se llama un acercamiento “económico” y el
otro “inmanente”. Por hablar de “la
Trinidad económica” se implica el estudio de Dios interactuando con la
creación. Por supuesto, Dios actúa con
la creación cada momento. Si no lo
hiciera, la creación cesará de existir.
Sin embargo, los interacciones tradicionalmente consideradas en la
“Trinidad económica” son la creación, la redención de la humanidad, y la
historia de la salvación. El método de
nuestro estudio es escrutar la Biblia para determinar el papel de las tres
personas de la Divina Trinidad en estos y otros asuntos.
La
“Trinidad inmanente” refiere a las relaciones entre las tres personas. La Biblia no nos ayuda mucho aquí. Tenemos que recorrer a la filosofía para
pistas de la investigación. Hace 1700
años la Iglesia aceptó la teoría de San Atanasio que el Padre, el Hijo, y el
Espíritu Santo tienen la misma naturaleza divina. Esta naturaleza, que cada uno de las tres tiene
en su plenitud, hace posible la paradoja que son lo mismo en todo salvo sus
relaciones entre sí. A decir, uno es Padre; otro es Hijo; y otro es Espíritu
Santo. En lugar de seguir esta línea
filosófica ahora, vamos a enfocarnos en el acercamiento económico reflejado en
las lecturas de la misa hoy.
La primera
lectura del Libro de Proverbios personifica la sabiduría como si fuera
compañero de Dios en la creación. De
hecho, la sabiduría habla como persona diciendo que ha existido “desde la
eternidad” y ha actuado “como arquitecto” de las obras de Dios. Estas cualificaciones nos hacen pensar en el
Hijo y también el Espíritu. San Pablo
aun escribe que Jesucristo es “la sabiduría de Dios” (I Cor 1,24). También sabemos que la sabiduría es el primer
don del Espíritu mencionado en el Libro del profeta Isaías (Is 11,2-3). Podemos concluir que la sabiduría absoluta es
una virtud intelectual que posee Dios: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
La segunda
lectura también hace hincapié en los papeles del Hijo y del Espíritu
Santo. Cuenta que Jesucristo (el Hijo)
nos ha reconciliado con el Padre por su muerte en la cruz. También relata que el Espíritu Santo nos ha
renovado en el amor de modo que aun los sufrimientos causados por nuestros
pecados puedan merecernos la vida eterna.
Sabemos que el Espíritu Santo es asociado con la reconciliación como
indicado en el Sacramento de la Reconciliación cuando el sacerdote dice: “(El
Padre) … envió el Espíritu Santo para la remisión de los pecados …” Asimismo, el Hijo efectúa el amor en nuestros
corazones como Pablo atestigua en la misma Carta a los Romanos: “… ni la muerte
ni la vida … ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.
El
Evangelio indica cómo el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo cooperan entre sí
para nuestro beneficio. Comparten el
mismo conocimiento recibido por el Espíritu desde el Hijo como revelado por el
Padre y pasado a los hombres y mujeres.
Al final,
puede ser vertiginoso para muchos al reflexionar sobre la Santísima
Trinidad. Sea o no nuestro caso, la
reflexión no admite resolución conclusiva porque Dios es siempre más allá que
nuestra comprensión. Sin embargo,
podemos contemplarlo, apreciarlo, y darle gracias por haber nutriendo nuestra
fe y amor.
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