El domingo, 14 de noviembre de 2010

XXXIII DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Como toda guerra la de Irak se llena de atrocidades. El lunes se contó esta historia en el servicio de noticias católicas “Zenit”. La mujer cristiana era profundamente acongojada. Las compañeras de su hija, que tenía sólo quince años de edad, dijeron que la muchacha fue secuestrada. Entonces esperaba con su esposo la llamada pidiendo rescate. Cuando vino, la mujer dijo al secuestrador que le pagarían cuanto quisieran para salvar a su hija. Pero el criminal respondió que no quería dinero. Más bien, quería quebrar su corazón. Dentro de poco se encontró el cuerpo de la muchacha violada varias veces y mutilada.

La persecución de los cristianos en Irak y a través del medio oriente sigue con ferocidad. Hace dos semanas más que sesenta católicos perdieron sus vidas cuando unos extremistas de Islam tomaron poder de su iglesia en Bagdad. Por eso, muchos cristianos de la región están huyendo sus tierras. En el año 1900, veinte por ciento del medio oriente era cristiano. Ahora se calcula que la proporción ha bajado a menos que dos por ciento.

Aunque sea que la mayor población permite la “limpieza étnica” de cristianos, es cierto que aquellos criminales culpables de las masacres están traicionando su propia religión. Según una experta, el profeta Mohamed enseñó la necesidad de la circunspección en la guerra. Dice ella que practicaba tal virtud en sus batallas con los paganos en Arabia y escribió de ella en el Corán. Añade la experta que el término jihad, a veces traducido como “guerra santa”, en realidad es la lucha para el control sobre sí mismo. Podemos concluir que los verdugos de los inocentes se aprovechan de Islam como cubierta para esconder la ignominia de sus crímenes.

En el evangelio hoy Jesús advierte que sus discípulos enfrentarán la persecución. Es el lado oscuro de comprometerse con él que va a colgar en una cruz. Nuestras hermanas e hermanos en Irak padecen la forma más aguda de esta inevitabilidad pero nosotros también la encuentran. Para la mayoría de nosotros la persecución nos llega por nuestros propios deseos. Porque deseamos que todo vaya según nuestra voluntad, sufrimos cuando nos demos cuenta de que la realidad es diferente. Sentimos perseguidos cuando tenemos que pagar impuestos. Estamos ofendidos cuando aprendemos que la ley natural prohíbe el uso de anticonceptivos. Y nos alteramos cuando quedamos detenidos en el tránsito.

Jesús promete que aquellos que mantienen la fe enfrentando la persecución no se perderán. Como dice, “No caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes”. Significa que van a heredar el reino de Dios por su fidelidad. En las dificultades cotidianas nosotros también podemos merecer la vida eterna con la gracia del Espíritu Santo. Sometiéndonos a la voluntad de Dios, aprendida por el estudio y la experiencia, nos hacemos tanto pacientes como pacíficos.

Tan esperanzador como sea esta promesa de la vida eterna, en muchos casos no va a consolar a los padres cuya hija ha sido asesinada en la persecución. Necesitan nuestro apoyo sincero y continuo para aguantar el dolor. Podemos ofrecer a las víctimas de violencia en Irak nuestras oraciones y, tal vez, nuestra insistencia ante el gobierno norteamericana. Después de todo los Estados Unidos puede influenciar a otras naciones que hagan más esfuerzos para proteger a su gente.

Hace algunos años los menonitas de Pennsylvania mostraron la fe bajo la persecución. Después de padecer el disparar de diez de sus niñas dejando a cinco muertas, los padres negaron a traicionar su religión. Más bien, estaban pacientes y pacíficos, como dice Jesús, ante la violencia. Extendieron a la familia del asesino, que había tomado su propia vida, la simpatía y el perdón. “No caerá ningún cabello de sus cabezas”.

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