El domingo, 21 de noviembre de 2010

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)

Hace cuatro años se estrenó la película “La Reina”. Tuvo que ver con Isabel II, la monarca actual de Inglaterra. No siguió la trayectoria de su vida sino sólo una semana de crisis. Diana, la esposa separada del príncipe Carlos, ha sido matada en un choque de carro. Todo el Reino Unido estaba en luto por la querida princesa. Sin embargo, la reina Isabel quería tratar la muerte como si fuera un asunto privado. Cambió su planteamiento sólo por la insistencia de su primer ministro. Al final del cine Isabel hizo una declaración reconociendo que el pueblo tanto como la familia real ha perdido a un querido ser. Hoy celebramos la fiesta de otro monarca, pero uno que nunca jamás tiene dificultad a simpatizar con la gente.

Jesús está colgando en una cruz. Se pone sobre su cabeza un letrero diciendo que es rey. Por supuesto el letrero no pretende a honrar a Jesús sino a burlarse de él. Uno de los dos malhechores crucificados con Jesús comparte en la burla. “Si tú eres el Mesías”, dice con sarcasmo, “sálvate a ti mismo y a nosotros”. Jesús lo ayudaría pero este malvado no quiere nada que ver con él. El segundo criminal encuentra en Jesús no sólo un rey-compañero sino su salvador. Sus palabras nos instruyen profundamente.

En primer lugar el malhechor reconoce la inocencia de Jesús. Dice, “…éste ningún mal ha hecho”. La verdad es que Jesús sólo ha hecho cosas buenas. Aun su muerte es para demostrar el amor de Dios Padre para el mundo. Donde los primeros humanos, y todos los humanos posteriormente, han deseado servir sus propios intereses, Jesús se ha sometido a la voluntad de Dios, su Padre. Tenemos que dejarlo guiarnos en este rumbo. Nos conducirá más allá del deseo para la plata, el poder, y el prestigio a la justicia, la paz, y el amor.

Segundo, parece que el malhechor se arrepiente de sus pecados. Al menos, los admite cuando corrige al otro, “Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos”. ¿Por qué nos cuesta tanto hacer lo mismo? ¿Es que queremos pensar en nosotros mismos como mejores que nuestros prójimos? O, tal vez, no queremos cambiar nuestros vicios, sea mirar la pornografía o sea echar insultos. De todos modos, el mensaje de Jesús es claro y constante. Para entrar en el reino de Dios tenemos que dejar atrás nuestros delitos.

Finalmente, el malhechor convertido nos enseña cómo orar. Él se dirige a Jesús en la manera más franca en todos los cuatro evangelios. Lo llama solamente por nombre sin título ni descripción. Dice “Jesús”, y hace su petición, “cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Nosotros nos preocupamos cómo vamos a hacer frente a una persona contenciosa o cómo vamos a cumplir todo nuestras tareas cuando tenemos el poder más grande listo para solicitarnos. Sólo tenemos que pedirle la ayuda: “Jesús, acuérdate de mí”.

Se dice que John Kennedy mostraba la simpatía con la gente. Como un joven haciendo campaña para el Congreso, Kennedy aprendió los nombres de los votantes. Le importaba mucho pronunciar correctamente los apellidos tanto de los polacos e italianos como los irlandeses. Kennedy ganó el apoyo de muchos por decir “Señor Kowalski” y “Señor Mazzuchelli” como si fueran príncipes del reino. Jesús nos conoce a nosotros aún mejor. No sólo sabe nuestros nombres sino los deseos de nuestros corazones. Sólo tenemos que pedirle la ayuda para ganar los buenos y superar los malos. Sólo tenemos que pedirle la ayuda.

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