El domingo, 7 de noviembre de 2010

XXXII DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)

Que pensemos en un boxeador joven. Aunque muestra el talento, no le dejan pelear con los mejores en su división al principio. No, siempre le dan combates con peleadores de la segunda clase hasta que aprenda cuando atacar y cómo recibir un golpe. Sólo con alguna experiencia, irá a Nueva York o Las Vegas para competir para el título. En el evangelio hoy, vemos a Jesús en Jerusalén en un sentido luchando para un título. Él se hará el Salvador del Mundo.

No dice la lectura pero en el evangelio según san Lucas Jesús ya ha entrado en la ciudad de Dios. Jerusalén ha sido su destino desde un poco después de su Transfiguración. Entonces Moisés y Elías le hablaron de la pasión, muerte y resurrección que iba a sufrir. Ahora en Jerusalén Jesús mostrará al mundo el amor de Dios Padre por permitir las manos de hierro de pecado agarrar su propia vida. Es un poco como sentimos nosotros cuando tenemos que defender la vida de los no nacidos delante de personas convencidas de la legalidad del aborto y la nulidad de embriones.

Podemos imaginar las farsas que nuestros adversarios nos echarán. Dirán algo como, “Si se hacen embriones con las espermas de un hombre y siete diferentes mujeres, de quienes una es su esposa, ¿todos los embriones tienen el mismo derecho de la herencia una vez que muera la esposa? O ¿es que el embrión hecho del hombre y su esposa tiene más derecho que los otros seis?” Así los saduceos, un partido religioso que no cree en la resurrección de los muertos, tratan de burlarse de Jesús. Quieren despreciar su doctrina de la resurrección de la muerte por proponer un ejemplo ridículo. Hablan de una mujer casada con siete hermanos seguidos y preguntan, “’cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?’”

Fácilmente Jesús rechaza el ataque con dos tipos de razonamiento. Primero, les carga con una falta de conocimiento por pensar que exista el matrimonio en el cielo. Entonces, les critica por no apreciar las Escrituras que insinúa la vida eterna de los patriarcas de Israel. Deberíamos emular a Jesús con los dos modos de defensa. En el caso de los embriones podríamos decir que el embrión tanto como el feto es un ser digno de la protección porque tienen la constitución básica para calificarse como humano. También la Biblia describe a Dios cuidando a los hombres y mujeres en los senos de sus madres (Salmo 71:6, Isaías 42:2, Jeremías 1:5, etcétera).

Nosotros católicos traicionamos la misión de Jesús para hacer discípulos cuando nos ignoramos de la fe. A veces no podemos responder aun a nuestros hijos cuando regresan de la escuela con preguntas y dudas. Pero, como decía el papa Juan Pablo II, no hay nada de temerse. Podemos profundizarnos tanto en la fe como en el conocimiento. Sí, para realizarlo tendremos que dejar el partido de fútbol o la conversación telefónica. Pero el estudio tiene un premio valiosísimo además de defendernos de los burladores de la religión. Resulta en un mejor conocimiento de Jesús a quien esperamos encontrar en la resurrección de la muerte.

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