El domingo, 5 de septiembre de 2010

XXIII DOMINGO ORDINARIO, 5 de septiembre de 2010

(Sabiduría 9:13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14:25-33)

Algunos leen la Biblia para aprender cómo Dios hizo a los humanos. Desafortunadamente, sólo da una respuesta borrosa a esa cuestión. Sin embargo, si nos interesa por qué Dios hizo a los humanos, entonces la Biblia nos provee mucha ayuda.

El libro de Génesis nos cuenta cómo Dios en los primeros tres días Dios causó la creación del tiempo, del espacio, y de la vida biótica. Estos son los elementos necesarios para sostener la vida humana. En los próximos tres días Dios hizo los gobernantes sobre los tres reinos – el sol y los cuerpos celestiales para regir sobre el tiempo, los peces y las aves para dominar los grandes espacios del mar y del aire, y los animales, particularmente los humanos, para gobernar la tierra. Se puede añadir con toda razón que la historia de la creación culmina con los humanos. De hecho, dice Génesis que los humanos fueron creados en la imagen de Dios. Como Dios, los humanos tienen trabajo – son para “llenar la tierra y la someterla”. Porque la labor humana refleja la labor de Dios, tiene dignidad. No es, como algunos piensan, que la productividad del trabajador o aun la calidad de su trabajo suplan la dignidad a los humanos sino el contrario. Cualquier trabajo honesto humano tiene dignidad porque está hecho por una imagen de Dios.

¿Qué realmente significa “hacerse en la imagen de Dios”? De todo lo que dice Génesis acerca de Dios, podemos decir que hacerse en la imagen Dios consiste en ser libre para hacer lo que piense mejor, ser inteligente para determinar lo que sea bueno para todos, y – sobre todo – ser amando para buscar nuestro cumplimiento en el bien de otras personas y no sólo en lo nuestro. Estos dones de la libertad, la inteligencia, y el amor destacan nuestra naturaleza humana pero no agota la bondad de Dios hacia nosotros. En la segunda parte de la historia de la creación aprendemos cómo Dios ha otorgado a la humanidad un don más grande aun – el estado de familia en Su casa con la vida eterna.

Tenemos el día sábado no sólo para descansar sino también para contemplar los beneficios de Dios hacia nosotros. Génesis comenta que en el primer sábado Dios bendijo la creación. Por eso, todo sábado volvemos la bendición por darle gracias y disfrutarnos de la compañía de uno y otro. Es preciso que al día domingo, el “sábado de los cristianos”, no nos dejemos a olvidar lo sagrado de la creación, nuestro trabajo de “llenar la tierra y someterla” (pero no abusarla), y nuestra dependencia de Dios lo cual nos ha concedido todo. Mañana, el Día de Trabajo en los Estados Unidos, celebramos un tipo de sábado de sábados cuando nos aprovechamos del tiempo libre para considerar estos dones.

Hasta este punto todo está bien. Pero sabemos que la vida no es tan dulce que la pintan los primeros dos capítulos de Génesis. En lugar de amar a uno y otro y cuidar la tierra, los humanos vez tras vez han maltratado a los demás y abusado la creación. Tal vez la explotación del humano más grave ha sido la institución de la esclavitud. Esta desgracia ha deteriorado del control de la labor del otro en la completa subyugación de su cuerpo. En los tiempos antiguos como en los modernos, los esclavos eran golpeados y abusados sin recurso a la justicia. La carta de Pablo a Filemón, de que hemos leído en la segunda lectura hoy, tiene el maltratamiento como escena.

La carta trata con el esclavo de Filemón, llamado Onésimo, que o ha huido de su dueño o ha quedado fuera por más tiempo que tenía permiso. Mientras estaba ausente, Onésimo encontró a Pablo que ha estado bajo algún tipo de encarcelamiento. Evidentemente Pablo catequizó a Onésimo y lo bautizó. Ahora lo envía a Filemón de regreso con la petición que lo trata “como un hermano”. El significado de esta frase es claro – como creedores, Onésimo y Filemón son unidos en Cristo. Pero todo lo que implique Pablo deliberadamente deja ambiguo. Mínimamente, Pablo no quiere que Filemón azote a Onésimo por su delito, pero parece sugerir que Filemón le dé la libertad a su esclavo. De todos modos la petición de Pablo deja a Filemón en dilema. Si lo libera o aun si no lo castiga, se verá como débil de manera que sus otros esclavos intenten a huirlo, ser bautizados, y reclamar su propia liberación. Al otro lado, si castiga a Onésimo, entonces no sólo incurriría el disfavor de Pablo sino también se desacreditaría a sí mismo como un líder cristiano.

A través de los siglos muchos han interrogado por qué Pablo no denuncia a la esclavitud abiertamente. La razón no es sólo que ninguna autoridad habría escuchado a Pablo desde de que a este punto de la historia el cristianismo era enteramente a la margen de la sociedad. Más importante, Pablo sabe que Cristo otorga una libertad mucho más profunda a los esclavos y a todos los demás que cualquiera liberación humana puede lograr. En Cristo el Espíritu toma control de la persona de modo que él o ella viva de acuerdo con las inclinaciones más sutiles para actuar honradamente. De hecho, la liberación lograda por Cristo para aquellos que se junten con él es tan completa que las categorías de “esclavo” y “libre” como aquellas de “judío” y “griego” han perdido sus significados.

Sabemos que esto es la verdad porque hemos oído historias de esclavos comportándose más rectamente que sus dueños tanto como conocemos a pobres que sobrepasan a ricos por mucho en la honradez, la bondad, y la justicia. No obstante, también sabemos que muy seguido el tratamiento duro ha impedido a los humildes de saber y de hacer lo que es justo. Diferentes formas de la explotación siguen ahora para limitar las esperanzas y las potenciales de muchos. El tráfico de humanos esclaviza a jóvenes y aún a niños. Un sistema migratorio quebrado permite a miles de trabajadores a arriesgar situaciones ni justas ni salubres. La mala administración y la codicia de ciertos hombres de negocio han causado a sinnúmeros otros trabajadores a perder sus empleos y a veces sus ahorros.

Como Pablo debemos hacer algo. Tanto como nuestros antepasados hace ciento cincuenta años condenaron a la esclavitud con algunos dando sus propias vidas por la causa, nosotros ahora quedamos en solidaridad por la justicia del trabajador. Enfáticamente nos oponemos al tráfico de humanos. Apoyamos una justa y factible resolución a la inmigración no legal. Y al procurar poner nuestras propias financias en orden, insistimos que los administradores lleven a cabo sus tareas de manera responsable, especialmente en su tratamiento de trabajadores.

Hoy como todo domingo y en este fin de semana del Día de Trabajo, nos congregamos con dos objetivos en cuenta. Primero y más importante, damos gracias a Dios por nuestras vidas y nuestro trabajo. Segundo, pero también importante, nos comprometemos de nuevo a buscar el bien de todos y a apoyar a nuestras hermanas y hermanos en la lucha continua para la dignidad del trabajador. Como trabajadores, queremos cumplir nuestras tareas tan bien como posible para que la sociedad prospere espiritual y materialmente. Y como prójimos, queremos cuidar a uno y otro por darles el apoyo personal y por insistir en la justicia en el lugar de trabajo.

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