El domingo, 3 de octubre de 2010

XXVII DOMINGO ORDINARIO

(Habacuc 1:2-3.2:2-4; I Timoteo 1:6-8.13-14; Lucas 17:5-10)

Es el día domingo en la mañana. El timbre suena, y vamos a contestarlo. En el portal está una pareja bien vestida. Ella es guapa pero no maquilada. Él lleva corbata y traje aunque hace calor. Se presentan a sí mismos como el hermano Justo y la hermana Esperanza. Nos dice Justo que querrían hablar con nosotros unos pocos minutos. Con poca paciencia, les decimos “ok”. Sacando una pieza de literatura de su maletín, Justo nos pregunta si acudimos a alguna iglesia. Respondemos que somos católicos y contentos con nuestra religión. Entonces nos saludan y se van pidiendo que leamos su literatura.

Muchos de nosotros hemos tenido esta misma experiencia. Nos hace sentir incómodos y defensivos. Por eso, cuando se habla de la evangelización como nuestra misión por ser miembros de la Iglesia Católica, nos hacemos confusos. “¿No es ello lo que hacen los Testigos de Jehová?” preguntamos. “No necesariamente” es la respuesta correcta. Al pasar a puerta a puerta repartiendo literatura religiosa puede ser un tipo de la evangelización, pero no es cómo la hayan descrito los papas en los últimos treinta y cinco años. La “Nueva Evangelización” de la Iglesia Católica es más parecida al consejo de Pablo a su discípulo en la segunda lectura hoy.

Pide Pablo a nosotros tanto como a Timoteo que reavivemos el don de Dios que se nos ha impartido con la imposición de manos. Este don es el Espíritu Santo que nos viene inicialmente con el Bautismo y en plenitud con la Confirmación. Desgraciadamente las diferentes preocupaciones de la vida -- ¿nos quieren otras personas?, ¿ganamos bastante dinero?, ¿podremos salir para divertimos el sábado? – callan la voz del Espíritu. Sólo tenemos que seguirlo para tener la felicidad. Es cierto: deberíamos reavivar este don.

Sin embargo, que no pensemos que el don del Espíritu Santo sea únicamente para hacernos contentos. Más bien, se nos ha regalado también para que demos testimonio a Jesucristo. Como implica el evangelio, él nos hace posible que movamos el árbol frondoso para plantar hortalizas, eso es, para tener la libertad. Según la Nueva Evangelización hemos de extender la salvación que nos ganó Cristo a los sufridos y distanciados de la fe. También, como escribió el papa Pablo VI en 1975 y han repetido varias veces el papa Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI, tenemos que evangelizar nuestra cultura por transformar sus valores en modos profundamente cristianos. Para llevar a cabo estas tareas nos hacen falta los tres dones particulares mencionados por Pablo.

En primer lugar el amor nos impulsa afuera de nuestras zonas de comodidad a los pobres. Un diácono habla de la experiencia de varias personas de su parroquia estadounidense en Honduras. Los afortunados encuentran en los campesinos la fe que empapa la vida con la esperanza. Entretanto los pobres se dan cuenta de su dignidad. Estas gentes están evangelizando a una y otra mutuamente.

Un soldado muestra la fortaleza cuando sigue adelante a pesar de balas zumbando en todos lados. Nosotros mostramos la fortaleza en la misión cuando no detenemos de hablar de lo bueno que nos hace el Señor. En las fiestas tanto como en los descansos del trabajo la gente suele a quejarse de las maldades que aguantan: los altibajos del clima, la estupidez de sus jefes, los trastornos de la salud. Se necesita la fortaleza para decirles, “Sí, pero gracias a Dios hemos sobrevivido la crisis y estamos más fuertes por la experiencia”. Tal vez nos miren con ojos rodeando cuando expresamos nuestra fe en el Altísimo, pero también van a desear nuestra confianza.

Un muchacho cuenta a su padre de lo que pasó en su escuela secundaria. Cuando se le cayó a una muchacha un libro, el muchacho se le acercó a recogerlo. Pero otro muchacho llegando primero pateó el libro por el pasillo. En una cultura evangelizada este tipo de brutalidad se detendría. A realizarla es el trabajo de generaciones de personas viviendo la moderación con el apoyo del Espíritu Santo. Esperemos que se modele la cultura evangelizada en nuestras escuelas católicas tanto como en todas nuestras casas.

Levantado sobre la ciudad de Río de Janeiro está plantada una estatua gigante de Jesucristo. Con brazos extendidos este Cristo parece bendecir toda la región. Es un signo, sin duda a veces traicionado, de una cultura evangelizada. Trasmite a todos ciudadanos el mensaje del amor de Dios. Entretanto, les modela la fortaleza y la moderación necesarias para seguir llevando la Nueva Evangelización a los demás.

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