El domingo, 29 de agosto

XXII DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 3:19-21.30-1; Hebreos 12:18-9.22-4; Lucas 14: 1.7-14)

Cada jueves una iglesia bautista en nuestra ciudad invita a los desamparados a cenar. Es un asunto cuidadosamente preparado. Los feligreses y otros voluntarios vienen para cocinar, servir, y limpiar después. Llevan la comida en bandejas a sus huéspedes sentados a las mesas como familia. Parece que estos cristianos toman en serio lo que Jesús dice en el evangelio hoy sobre la necesidad de invitar a los pobres a nuestros banquetes.

Sin embargo, se puede preguntar si los bautistas verdaderamente cumplen las palabras del evangelio con sus “cenas ágape”. ¿Es que acogen a los desafortunados a sus propias casas para comer? ¿Cuando casan a sus hijos e hijas, invitan a la gente de la calle a las fiestas de boda? ¿Se olvidan de sus amigos y familiares cuando celebran sus banquetes de jubilación en favor de los lisiados y ciegos? Esto es lo que Jesús parece exigir cuando dice: “’Cuando les de una comida o una cena, no invites tus amigos…invita a los pobres…’”

De veras, no hay ninguna razón a criticar a los bautistas por sus “cenas ágape. Más bien merecen nuestra admiración, aun nuestra imitación. Pues están desempeñando la voluntad del Señor. A veces en el evangelio Jesús usa exageraciones para sobresaltarnos. Quiere movernos de los modos cotidianos, y posiblemente pecaminosos, a un mayor empeño para el Reino de Dios. En un lugar dice, “Si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo…” Esto no quiere decir que si una vez hemos mirado la pornografía, debemos cegarnos. Sería pecado más grave contra el amor a sí mismo y el amor a Dios que da la vista. Sin embargo, tenemos que dejar de ver la inmundicia. Un poquito más allá en este mismo evangelio de san Lucas, Jesús pronuncia otra exageración que puede aturdirnos. Dice a la muchedumbre, “Si alguno quiere seguirme y no odia a su padre y su madre, no puede ser mi discípulo”. Muchas traducciones cambian la palabra “odia” por algo más suavecito como “no me ama más que”, pero la griega original dice sin vergüenza “odia”. Sabemos que Jesús amaba a María y José y definidamente quiere que amemos a nuestros padres. La frase quiere decir que si permitimos nuestras relaciones familiares justificar el prejuicio y la discriminación contra otras razas, religiones, y clases sociales, no estamos siguiendo a Jesús.

En este mismo rumbo, un guía espiritual recomienda que preparemos para la muerte por extender nuestro amor cada vez más allá. Citando un poema, el guía dice, “El banquete es abierto a todos que están dispuestos a sentarse con todos”. En otras palabras, si vamos a ocupar un siento en el banquete celestial, tenemos que dejar al lado nuestras acciones, actitudes, y opiniones prejuiciosas para alargar nuestros brazos a todos. En este mismo evangelio Jesús advierte que no tomemos puestos de honor sino los puestos más humildes para que en el final seamos colocados en nuestro propio lugar. Ciertamente Jesús no está dándonos una estrategia para avanzarnos a los puestos más altos en la tierra sino una esperanza para ubicarnos con él mismo en la mesa celestial.

Hace dos años el número de fumadores en los Estados Unidos se rebajó al menos que veinte por ciento de la población. Ya está en el punto más bajo en más que ochenta años. Las razones por la reducción son variadas – las advertencias en los paquetes de cigarros, las enseñazas en las escuelas, los impuestos para el consumo, las leyes prohibiendo el fumar en lugares públicos, la publicidad negativa contra el fumar. De igual manera Jesús disemina su mensaje del Reino de Dios en diferentes modos. Usa parábolas, bienaventuranzas, proverbios, curaciones y, como acabamos de ver, exageraciones. Las exageraciones no deberían aturdirnos sino motivarnos anhelar el banquete celestial con mayor empeño. Que anhelemos el banquete celestial con mayor empeño.

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