El domingo, 15 de agosto de 2010

La Asunción de la Santísima Virgen María

(Apocalipsis 11:19.12:1-6.10; I Corintios 15:20-27; Lucas 1:39-56)

El papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María en el año 1950. No era un paso ligeramente tomado. Más bien el papa había hecho una encuesta para determinar el sentido de los fieles acerca de la creencia. Había otro factor serio contribuyendo a su decisión. La esperanza de la gente sufría bastante después de la destrucción masiva durante la Segunda Guerra Mundial. En ese conflicto hubo más que cincuenta millones de muertos. Mostrando el valor del cuerpo humano, el papa Pío declaró que la madre de Jesús fue llevado cuerpo y alma a la vida eterna sin experimentar ninguna corrupción corporal en la muerte.

Hoy en día es difícil decir si valoramos o desvaloramos el cuerpo humano. Ciertamente se gastan miles de millones de dólares en cosméticos, dietas y ejercicios para hacer el cuerpo más atractivo. Al mismo tiempo los jóvenes desfiguran sus cuerpos con tatuajes y perforaciones para diferentes tipos de yerros. Estas cosas no dicen nada de los modos actuales desordenados de comer y beber. Podemos decir que ahora el cuerpo no está honrado como antes como la vasija del alma inmortal y grandiosa. Más bien, para muchos el cuerpo sirve como el yo para ser gratificado en cualquiera manera disponible.

Para contrarrestar estos signos del tiempo el papa Juan Pablo II propuso la “teología del cuerpo”. Dice que Dios ha creado a cada ser humano por su propio bien. Esto significa que ninguna persona debe ser el medio por el cual se puede obtener alguna ganancia. En otras palabras, no somos objetos para ser usados, sino personas para ser respetadas. Además, Dios nos ha creado para amarnos al uno y otro mutuamente. Este amor mutuo está iluminado en la autoentrega completa de un matrimonio. Cuando un hombre y una mujer se dan a sí mismos en el acto conyugal, comprometidos para toda la vida y abiertos para la transmisión de la vida, ellos reflejan el amor fructífero de Dios en la Santa Trinidad. Sin embargo, cuando no lo hacen con compromiso o con la apertura a vida nueva, muestran el egoísmo y desmienten su vocación como una pareja cristiana. Por eso la Iglesia enseña que el uso de anticonceptivos comprende pecado serio.

La teología del cuerpo, tanto como el dogma de la Asunción de María, señala el destino humano como algo más allá que la fosa. Creados por Dios para un propósito tan grande como demostrar Su amor en el mundo, nuestros cuerpos no van a ser abandonados para siempre en la muerte. Es cierto que no sabemos ni cómo ni cuando ellos van a ser reasumidos con el alma, el principio de la vida, pero estamos seguros que va a tener lugar. Esta certitud debería darnos motivo para cuidar a nuestros cuerpos de modo que no consumamos cosas nocivas, incluyendo las píldoras para rendirlos infértiles, ni tomar aun las cosas buenas en excesivo. Y las personas nacidas con grandes defectos o embestidas por diferentes enfermedades o contratiempos o simplemente gastadas por el tiempo, ¿cómo aparecerán ellas en la vida eterna? La revelación no trata explícitamente de este tema pero dice san Pablo que vamos a ser transformados como Cristo resucitado. Eso es, vamos a asemejar la imagen del hombre en el auge de su existencia.

Una vez llamaron a un sacerdote a la escuela de medicina de una universidad. Era el fin del semestre y los directores querían depositar a los cuerpos usados por los estudiantes para conocer la fisiología humana. Les importaba mucho que la despedida fuera digna, no rápida ni caprichosa. Los muertos habían dejado sus cuerpos a la ciencia como su último acto de amor a los demás. Sería solamente coherente que la escuela de medicina les agradecería por rezar por su destino eterno mientras dispusiera sus restos. Así quedamos hoy en la fiesta de la Asunción de María. Rezamos por nuestro destino eterno mientras tratamos con cuidado nuestros cuerpos.

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