XVII DOMINGO ORDINARIO, 25 de julio de 2010
(Génesis 18:1-10; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)
Tal vez ustedes lo hayan notado. Realmente nos interpelan las palabras. En la oración colectiva de la misa hace dos semanas, rezamos: “…concede a todos los cristianos que se aparten de todo lo que sea indigno de ese nombre que llevan, y que cumplan lo que ese nombre significan”. En otras palabras pedíamos que el Señor nos ayudara ser como Jesús – quitándonos de la codicia y poniéndonos de la compasión. Tenemos una situación parecida en el evangelio hoy. Los discípulos piden a Jesús que les instruya a orar en una manera particularmente cristiana.
Jesús no tiene que demorar para responder, pues está orando. Sólo tiene que describir lo que está haciendo. En Getsemaní y en la cruz, cuando Jesús reza, dice, “Padre…” Sola esta palabra indica que cerca Jesús nos ha traído a Dios. Por su muerte y resurrección su Padre se ha hecho Padre nuestro. No tenemos que dudar ni un microsegundo que nos ama y nos suplirá todo lo que necesitemos. Podemos contar con Dios con la misma seguridad que tiene una niña que pide a sus papás un librito para la escuela o un vasito de leche.
Entonces hemos de decir, “…santificado sea tu nombre” – eso es, que todos los pueblos veneren el nombre de Dios. O, en otras palabras, que se reúnan, por Dios, los pueblos de la tierra en lugar de desconfiar en y maltratar a uno y otro. Los judíos, los cristianos, y los musulmanes dan culto al mismo Dios y comprenden la mitad de la población del mundo. Si solamente estas tres religiones tratan a uno y otro con el respeto mutuo, estaríamos cerca el pleno cumplimiento de esta petición.
Pero todavía no habríamos agotado nuestras necesidades – por mucho. Tenemos que rezar también, “…venga tu Reino”. Eso es, que la paz, la justicia, y el amor que caracteriza la vida trinitaria sea la realidad en la tierra que habitamos. Nos damos cuenta de muchos problemas sociales: la corrupción que cohíbe al gobierno de efectuar el bien común, la pornografía que destruye la familia mientras corrompe el alma, la indocumentación de millones de personas través del mundo, y tantos otros. Aquí rezamos que se superen todas estas maldades.
Habríamos hecho un paso gigante a realizar el Reino cuando todos tengan “el pan de cada día”. Por falta de la nutrición muchos niños no pueden aprovecharse de la escuela y muchos bebitos o antes o después del nacimiento viven en precaria. Si la suficiencia es lo que pedimos, entonces tenemos que tener en cuenta aquí la superabundancia que causa problemas del sobrepeso y la obesidad. Sin embargo, hay otro sentido para “cada día” que sugiere la resolución de estos problemas. El texto original dice epiousia, que significa “sobrenatural”. Por lo tanto, estamos pidiendo el pan eucarístico, la comida que nos nutre con la voluntad de Cristo para buscar la justicia y mantener la disciplina.
Antes de que recibamos la santa Comunión, tenemos que rezar: “Perdona nuestras ofensas puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende”. Aquí encontramos el perdón en el medio de la oración de Jesús como se sitúa en el corazón del evangelio. Es completamente necesario porque nuestros pecados nos tienen presos. Nos impiden hacer lo bueno, y nos impulsa a hacer lo malo. El muchacho que echa una mentira para evitar la culpa pronto tendrá que echar tres más para mantener su inocencia fingida. La muchacha que falta asistir en la misa un domingo tendrá menos resistencia a faltarla el segundo domingo, y ninguna resistencia el decima domingo. Por supuesto, para ser coherentes en nuestra petición para perdón, tenemos que perdonar a aquellos que nos pidan disculpa.
Finalmente, decimos “…no nos dejes caer en tentación”. No estamos pidiendo aquí que Dios nos ayude evitar todas las circunstancias en que sintamos tentados. Pues, las tentaciones pueden probar el valor causando el crecimiento humano. Más bien, queremos que Dios nos provea la fortaleza para resistir la tentación una vez que sintamos el deseo ilícito. Así los jóvenes van a la universidad donde habrá ideas que tientan su fe y atracciones que prueban sus morales. Si son prudentes, no dejarán de rezar, “...no nos dejes caer…”
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
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