El domingo, 11 de julio de 2010

EL XV DOMINGO ORDINARIO

(Deuteronomio 30:10-14; Colosenses 1:15-20; Lucas 10:25-37)

¿Quién es “el Buen Samaritano”? Es una persona distinta para cada ser humano. Para un joven en Nueva York hace tres años caído en la vía de un tren acercándose, el “Buen Samaritano” era un trabajador afro-americano que saltó en los carriles para cobrar el joven mientras el tren pasó encima. Para los chinos durante la invasión de su país por los japoneses en 1937, el “Buen Samaritano” era un alemán que pertenecía al partido Nazi. Por organizar una zona de seguridad este hombre fue responsable para la salvación de 200,000 chinos del gran “Masacre Chino” en la ciudad de Nanjing. Para un teólogo laico, el “Buen Samaritano” es su esposa que en los primeros años de su matrimonio podía ver más allá que sus propios sacrificios como madre de gemelos para darse cuenta de los esfuerzos de su marido para ganar la vida y, a la vez, terminar su doctorado.

Los padres de la Iglesia, que vivieron en los primeros siglos de la Cristiandad, pensaban en Jesucristo mismo como “el Buen Samaritano”. Según ellos el hombre asaltado por ladrones y dejado por muerte describe toda la humanidad después de la caída de la gracia de Adán y Eva. Como el judío en la parábola, no podíamos salvarnos porque la naturaleza humana era tan tremendamente lastimada. Entonces vino Cristo del cielo, lo cual Jerusalén simboliza en la parábola. Él pudo habernos pasado por perdidos, como hacen el sacerdote y el levita, pero tuvo compasión de nosotros. Se detuvo para ayudarnos, tocándonos con los sacramentos, representados en la historia por el aceite y vino con que el samaritano unge a la víctima. Finalmente, como el samaritano lleva al herido al mesón para repararse, Jesucristo nos introdujo a la Iglesia que nos enseña los modos evangélicos. Junto con los otros sacramentos estas enseñazas nos han convertido del pecado en personas de virtud y compromiso.

En el final, “el Buen Samaritano” es todos nosotros cuando una vez evangelizados y dotados con la gracia de Cristo nos hacemos prójimos de gentes de diferentes lenguas, razas, e ideologías. Es una religiosa norteamericana que casi todos los días por más que doce años ha cruzado la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez para formar una cooperativa y comunidad de fe entre mejicanas pobres. Es una laica que viene de los suburbios para administrar una dispensa de comidas que socorre a los afro-americanos pobres en la mera ciudad de Chicago. Es usted y yo cuando nos acogemos al extranjero con una sonrisa, escuchamos su historia, y nos disponemos a ayudarle en cuanto posible.

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