El domingo, 4 de julio de 2010

EL XIV DOMINGO ORDINARIO, 4 de julio de 2010

(Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-9)

Había un dicho famoso en el ámbito de entretenimiento. Dijo: “Si va bien en Peoria, irá bien en todas partes”. Significaba que un espectáculo que tuvo éxito en Peoria, Illinois, una vez la ciudad más típica de los Estados Unidos, tendría éxito en Nueva York o cualquier otro lugar. Hay algo parecido en el evangelio según san Lucas. Jesús primero envía a sus doce apóstoles a varios pueblos de Israel. Con el éxito de estas misiones restringidas, Jesús hace un envío mucho más amplio que vemos en el pasaje de hoy.

En el libro de Génesis el número setenta y dos representa todas las naciones del mundo. Por eso, podemos pensar en el envío de ese número de discípulos como la evangelización de toda la tierra. Jesús está enviando a sus discípulos aun a las áreas donde nunca se menciona el nombre de Dios salvo en vano. ¿Qué serán estas áreas? Tal vez sean el comedor del lugar de nuestro trabajo, o el bus donde encontramos a no conocidos, o aun la sala del televisor de nuestras propias casas. Tal vez Jesús esté pidiendo que nosotros llevemos su mensaje a estos terrenos paganos.

“Pero”, nos oponemos, “no soy educado para ser misionero”. Es cierto que muy pocos tenemos licenciaturas en estudios teológicos. Pero por haber acudido a misa por veinte años, o sólo por un año, sabemos del Señor y su bondad hacia todos. En la lectura Jesús instruye a los discípulos no llevar “ni dinero, ni morral…” Tiene en cuenta que Dios les proveerá todo que se necesite para cumplir la misión. Sólo tienen que ponerse pendientes de Dios por la oración. También en nuestras incursiones por el evangelio tenemos que prepararnos por la oración. Como un famoso cura ficticio, deberíamos orar, “O Dios, hazme una bendición a alguien hoy”.

Podemos ser una bendición a los demás simplemente por saludarles cordialmente. Todos nosotros hemos tenido el espíritu levantado por otra persona con sonrisa diciéndonos, “¿Cómo está hoy?” Es el equivalente contemporáneo al, “Que la paz reine en esta casa,” que recomienda Jesús cuando el misionero entra la casa de un habitante. Expresa más que el reconocimiento de la presencia del otro. Habla de la preocupación por su bienestar.

Sin embargo, nuestro mensaje se extiende no sólo a la paz sino a la salvación. En las palabras de Jesús, este mensaje es: “El Reino de Dios está cerca”. Este “Reino” no es lugar ni simplemente una condición de suerte, sino una estatura más alta de la existencia. Se manifiesta en la persona de Cristo que viene para hacernos semejantes a él, hijas e hijos de Dios Padre. Nosotros cristianos fieles lleva al mismo Cristo a los demás cada vez que mostramos al otro que ella o él cuentan con nosotros como una prójima o prójimo. Se ha atestiguado de modo extraordinario hace algunos años por una mujer que donó uno de sus riñones a un hombre no relacionado por sangre. Más comúnmente se muestra por nuestra atención cuidadosa al otro en el trabajo o en la comunidad.

¿Es necesario mencionar el nombre de Dios o de Jesús en nuestro encuentro con el otro? Una religiosa que trabajaba con los pobres en Canadá dijo que sólo mencionaría el nombre de Jesús una vez cada dos o tres años. Perece increíble que una persona que ayuda a los demás en el nombre del Señor no querría hablar de él regularmente. Quizás hay una atmósfera de resistencia que asocia el nombre de Jesús con arengas y piedades melifluas. Sin embargo, también Jesús representa la rama sabia y decente en la historia. Hablar de él como el fundamento de nuestra postura hacia el mundo no ofende sino informa.

El documento de la asamblea de los obispos en Aparecida declara que todos cristianos fieles deberían considerarse como “discípulos-misioneros”. Como discípulos, somos cerca a Jesús tanto por la oración como por los estudios teológicos. Como misioneros, somos enviados a terrenos paganos, sean tan cerca como la sala de televisor o tan lejos como Canadá. En los dos ámbitos, atestiguamos la presencia de Jesucristo por hacernos como prójimos del otro. En los dos ámbitos, atestiguamos a Jesús.

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