El domingo, 16 de agosto de 2015



EL VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO, 16 de agosto de 2015

(Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)

El señor Warren Buffett es uno de los hombres más ricos en el mundo.  Hizo su fortuna por invertir en la bolsa de valores.   Cada año el señor Buffett ofrece a los agentes de riqueza un seminario sobre la inversión.  Vienen muchos a Omaha, Nebraska, la ciudad nativa de Buffett, para aprender del maestro.  Se dice que una actividad popular entre los participantes del seminario es comer en el restaurant preferido del Buffett.  Evidentemente, los agentes esperan que por comer como Buffett se puede hacerse tan rico como él.  Parece ridículo ¿no?  Sin embargo, en el evangelio hoy Jesús hace una oferta semejante.

Los judíos vienen a Jesús buscando más del pan que les dio en el lugar solitario.  Lo tomaron como un obsequio sin ninguna labor de su parte.  Muchos hoy en día desean un tal pan, que es más que la comida.  Pues pan es palabra metafórica significando por añadidura el dinero y la vida cómoda.  Algunos quieren el pan de ser millonarios trabajando cuarenta horas semanalmente y jubilarse a cincuenta años.  Otros buscan el pan en forma de subsidios del gobierno sin necesidad legítima. 

Estas gentes no aprecian el trabajo como un modo de colaborar con Dios por el bien de todos.  Ven sus empleos como el castigo del pecado original.  Asimismo, en la lectura a los judíos les pasaron por alto el propósito de Jesús en la multiplicación del pan.  No era para liberarles del trabajo sino para indicar que Dios les acompaña en la lucha para la vida.  Precisamente en el mismo Jesús el Padre Dios se les hace presente.

Por eso Jesús se llama a sí mismo como el pan vivo.  Uno sólo tiene que mantenerse en su presencia para realizar la gloria de Dios.  Pero ¿cómo se puede hacer esto hoy día, dos mil años después de su caminata sobre la tierra?  Jesús nos ofrece el modo en la Eucaristía.  Resalta en la lectura que el pan eucarístico es su propia carne de modo que aquél que tome este pan coma a él.

Algunos se escandalizan con la sugerencia que comemos la carne de Jesús.  Preguntan: “Si es la verdad ¿no nos hace caníbales?”  Es la misma repugnancia que sienten los judíos cuando discuten entre sí: “’¿Cómo puede éste (Jesús) darnos a comer su carne?’”  Él puede dar su carne porque es Dios que se hizo carne para transmitir a los hombres la vida.  Esta vida no es la vida biológica, que el mundo ya ha tenido, sino la vida divina o, si se prefiere, la vida eterna o la vida en plenitud.  Es la vida en el nivel espiritual más alto que conocemos como el amor abnegado.  Por tomar la carne de Jesús en la Eucaristía la persona participa en este amor.  No somos caníbales por compartir esta carne porque el caníbal siempre muestra el desdén para la víctima.  En cambio, nosotros le mostramos a Jesús el sometimiento por cumplir su voluntad.  Ponemos la fe en sus palabras que al recibir a él en el pan eucarístico, somos renovados en la vida divina.

De hecho, lo consideramos un sacrilegio recibir el cuerpo de Cristo después de haber cometido un pecado grave.  Pues no es simplemente por tomar el cuerpo de Jesús que se aumente el amor divino.  Hay que hacerlo cumpliendo su voluntad.  Hace seis años dos periodistas en un país musulmán entraron una iglesia católica y tomaron la hostia en sus bocas.  Cuando salieron, la escupieron afuera.  Por supuesto no experimentaron ningún mejoramiento del espíritu porque no le sometieron a Jesús. 

Se dice que nos hacemos en lo que comamos.  Esto quiere decir que si comemos una dieta sana con verduras y frutas, vamos a tener cuerpos sanos.  Tan sabia como sea esta frase acerca del cuerpo, tiene un significado más importante acerca del espíritu.  En cuanto comamos el pan eucarístico, la carne de Jesús, nos transforma en personas como él.  Nos hace participar en su vida divina, la vida del amor abnegado, la vida eterna.  No tenemos que preocuparnos más por riquezas o subsidios.  Pues tendremos la vida en plenitud.

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