EL DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes 19:4-8,
Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)
La próxima vez
que veas una película de la ciencia ficción, fíjate cómo se presentan las
creaturas de otros planetas. A veces
aparecen con todos los atributos de seres humanos excepto uno, como orejas
puntadas. A veces, como el famoso E.T.,
aparecen distorsionados como ninguno conocido en este mundo. El evangelista Juan asume el reto de
presentar a Jesús como persona humana y como un ser de los cielos.
Juan nos escribe
a nosotros como gente de fe. Presume que
entendemos los símbolos con que Jesús habla en sus discursos. Está acertado. Sabemos, al menos un poquito, lo que Jesús
quiere decir cuando se describe a sí mismo como, “… el pan vivo que he bajado
del cielo.” Ciertamente los judíos, que
no han puesto la fe en Jesús, quedan confusos con este tipo de hablar. Tienen que preguntarse, “¿No es éste, Jesús,
el hijo de José?” Sí, es hijo de María
adoptado por José, pero también tiene otra identidad. Porque creemos en él, podemos añadir, “es
hijo de Dios Padre que ha venido para dar vida al mundo.”
Pero, ¿no es que
tengamos la vida? Así los judíos
seguirán preguntándose a sí mismos. Una
vez más diremos nosotros que sí tenemos la vida, pero no todos en el sentido
que Jesús significa aquí. Tenemos la
vida biológica, pero Jesús está refiriéndose a otra vida más realizada que la
vida mundana. Se remite a la vida eterna
que comienza aquí en la tierra pero no se limita al tiempo cronológico. Más bien, la vida de Jesús transciende el
tiempo para colocar a uno en el rango divino como hijo o hija adoptiva de
Dios. Es la certeza que uno es amado y
nadie jamás puede quitarle de este amor.
Curiosamente, los
prisioneros que asisten a misa tienen mejor sentido de la vida eterna que la
mayoría que andamos libres en las calles.
Estos hombres y mujeres conocen las honduras de la vida a las cuales el
ser humano puede caerse. Sin embargo, han
experimentado también el rescate de Jesús que no merecieron. Ya viven de nuevo, ciertos que nadie ni nada
puede detenerles de recibir la plenitud de la libertad. Pues la libertad verdadera no es tanto andar
sin trabas físicas sino es algo más profunda.
Es la capacidad de saber lo que es bueno y hacerlo. Por eso los prisioneros forman filas para la Santa
Comunión como si estuvieran recibiendo amnistía del gobernador realizando sus
esperanzas.
Puede ser que todavía
nos parezca como ciencia ficción que Jesús vino del cielo. Esto es porque la verdad es tan maravillosa
que no se puede expresarla sin remitir a la imaginación. En lugar de preocuparnos del conforme de la
historia de Jesús con el mundo que veamos sus orígenes como pistas de nuestro
destino. Como Jesús es el hijo de Dios,
nosotros también nos hemos hecho en hijos e hijas de Dios, herederos de la
gloria. Como Jesús vino de Dios para
rescatarnos de pecado, estamos llamados a vivir las gracias de las
bienaventuranzas. Como Jesús existió
antes de la creación del universo, nosotros somos llamados a existir después de
su destrucción. Sí, Jesús nos llama a vivir para siempre.
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