El domingo, 10 de mayo de 2020


EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)

En el Evangelio según San Juan Jesús se describe a sí mismo con imágenes llamativas.  Dice: “’Yo soy la luz del mundo’”; “’yo soy el pan de vida’”; y “’yo soy el buen pastor’”.  Estos términos sacuden la imaginación de modo que pensemos en Jesús como más que un hombre.  Nos hacen pensar en Jesús como un ser que toca cada dimensión de nuestra existencia.  Es la luz que ilumina nuestra mente, el pan que aumenta nuestra fuerza, el pastor que guía nuestro destino. En el evangelio hoy Jesús nos da no sólo una imagen para contemplar sino tres.  Jesús dice: “’Yo soy el camino, la verdad y la vida’”.  ¿Cómo es Jesús “el camino”? ¿Qué quiere decir que es “la verdad” y “la vida”?

En el Evangelio de San Mateo Jesús dice que el camino a la salvación es estrecho y recorrido por pocos.  Tiene en mente un modo de vivir que exige el compromiso de un marino estadounidense en entrenamiento.   Tal vez por esta razón se llamaba la comunidad de discípulos en los Hechos de los Apóstoles “el camino”.  Son personas que se han dedicado a sí mismos totalmente a los modos de Jesús.  Por llamar a sí mismo “el camino”, Jesús indica que él es la ruta a Dios Padre.  Como continua, “’…nadie va al Padre si no es por mí’”.  Se puede seguir este camino sólo con su acompañamiento. Lo encontramos en los sacramentos.  En el Sacramento de la Reconciliación nos endereza nuestros modos chuecos.  En la Eucaristía fortalece nuestros espíritus debilitados para cumplir el viaje.

Jesús es el camino porque es la verdad.  En su juicio ante Pilato, el gobernador pregunta a Jesús, “’¿Qué es la verdad?’”  Esta pregunta es profundamente irónica porque Pilato está mirando la verdad en la cara cuando se dirige a Jesús.  Se puede considerar a Jesús como la verdad en dos sentidos.  Primero, Jesús es la verdad porque revela a Dios Padre al mundo.  Nos enseña su amor para todo ser humano y también lo que espera de nosotros.  Segundo, es la verdad porque él mismo es Dios, la fuente de toda verdad.  Por eso, cuando los investigadores encuentren un remedio para el virus Corona-19, vamos a decir, “Gracias a Dios”.  Sí, los investigadores habrán hecho un trabajo duro y merecerán nuestra gratitud.  Pero sabemos intuitivamente que detrás de sus esfuerzos queda Dios como el origen de toda realidad.

Cuando Jesús habla de “la vida”, tiene en cuenta más que la vida biológica.  Para Jesús, “la vida” es “la vida en abundancia”.  Es la vida de Dios: el amor, la paz, y el gozo.  Es la vida que nos enseña los santos como el papa Juan XXIII.  Este hombre de Dios no permitía que las preocupaciones del papado quitaran su sonrisa.  Por este segundo tipo de vida honramos a nuestras madres hoy.  Sí, nos han dado la vida biológica. Pero si fuera sólo eso que nos han proporcionado, no valdrán nuestro agradecimiento perpetuo.  Una mención como una contribuidora a nuestras vidas, sí.  Pero nuestro amor profundo busca una base en aportes más completos. Celebramos a nuestras madres hoy especialmente porque nos han mostrado el amor de Dios.  En nuestro miedo, nos susurraron palabras de apoyo.  En nuestros comportamientos malos, nos corrigieron.  Sobre todo, en nuestras necesidades se sacrificaron a sí mismas para proveer por nosotros. 

La pelicana es imagen que se han usado para Jesús pero puede ser aplicada también a nuestras madres.  Según una leyenda la pelicana da de comer a sus polluelos su propia sangre.  Por esta razón la parte inferior de su pico se apoya en su pecho.  Es del color rojo porque, según la leyenda, está picando su propia sangre para alimentar a sus proles. Es como Jesús dándonos de beber su propia sangre en la Eucaristía.  Es como nuestras madres sacrificándose a sí mismas continuamente por nosotros.  En esta misa damos gracias a Dios Padre por Jesús.  Este es sólo lo que deberíamos hacer.  Que no nos falte hacer una oración también por nuestras madres.


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